viernes, 22 de mayo de 2009

Cambio de roles, cuento por María Gimena Padial




Transcurría el año 2009, cuando la historia de la humanidad cambió su rumbo.
La Diosa naturaleza observaba al planeta tierra y a los seres humanos, hacía muchos años.

Y vio que las cosas no andaban nada bien. Entonces, decretó un cambio.
A continuación, les cuento lo que pasó, y verán en que consiste.
En una mañana del mes de abril, una luz enceguecedora provino del cielo e iluminó por unos pocos segundos el planeta entero. Todos los seres vivientes percibieron esta luz majestuosa. Su intensidad era tal, que los obligaba a cerrar los ojos; por un momento, se paralizó el mundo.
Al cesar la luz, el cambio fue inmediato.
La Diosa decidió obrar sobre todos los seres de la tierra. Alteró el orden de la naturaleza para poder encontrar la armonía entre el medio ambiente y los seres humanos.

Invirtió los roles, los humanos adoptaron el comportamiento animal, conservando su anatomía y los animales se transformaron en seres racionales, y también mantuvieron sus formas.
Los animales continuaron caminando en cuatro patas y se adaptaron al mundo material que el hombre había creado.
Las personas, por otro lado, caminaban erguidas, pero ya no necesitaban sus vestimentas. Algunos andaban sueltos, otros fueron llevados a los zoológicos y a los circos; también, una gran cantidad fue adoptada como mascota.
Entonces, resultó así, los animales tenían como mascotas a los humanos y se divertían viéndolos en los espectáculos del circo o en el zoológico.
Las personas resultaron muy domesticables, gracias al contacto con su propia naturaleza y lejos de las banalidades que antes los avasallaban, desarrollaron inmunidad para la mayoría de las enfermedades.

La relación entre ellos paso a ser muy simple, solo unos pocos debían llevar correa y menos aún, eran los que debían permanecer entre rejas.
Este equilibrio, no se logró de un día para el otro, se necesitó tiempo, pero mucho menos del que se esperaba.
A pesar de la magnitud de este cambio, la Diosa naturaleza, omitió un pequeño detalle. Durante aquel momento mágico, en el que el cielo se iluminó, había personas que estaban bajo tierra. Eran los pasajeros del subte. Ellos no fueron alcanzados por el poder de la luz, por lo tanto, no sufrieron el cambio, y al subir a la superficie se encontraron con un mundo distinto. Todo estaba al revés, y no sabían que hacer. Encontraron ayuda en los animales, ellos supieron explicarles lo sucedido.
Con el tiempo, eran llamados, "los subterráneos", eran una raza aparte. Tuvieron que aprender a compartir su mundo con el de los animales. Y asimilar la idea de que razonaban como ellos, sentían como ellos y vivían como ellos; mas allá de su aspecto físico que los remitía a pensar en un ser inferior, a recordar su antiguo mundo.
Otros subterráneos, no aceptaron este nuevo orden, y decidieron huir. Se perdieron en las selvas y en los bosques. No soportaban ver a sus pares comportándose como animales; entre ellos encontraban a sus seres cercanos, y era una imagen que no podían tolerar.

Después de varios años de adaptación, la Diosa miró la tierra desde lo alto y vio que ésta había recuperado su esencia, su brillo, su vida, y se sintió satisfecha.

María Gimena Padial.
Tallerista

Yo, que soy la belleza de la verde Tierra,
y la Luna blanca entre las estrellas,
y el misterio de las aguas,
y el deseo del corazón del hombre,
invoco tu alma: levántate y ven hacia mí,
que soy el alma de la Natura, soy quien da vida al Universo.
La Promesa de la Diosa

miércoles, 20 de mayo de 2009

ARTE Y SOCIEDAD


Herbert Read y Roxi

Hace unos días, Roxi me trajo un presente maravilloso. Habíamos hechos algunos ejercicios, para ver cómo quedan plasmados nuestros colores y formas mentales en papeles, que pasan a ser documentos, cuando no reliquias maravillosas que, pasando el tiempo nos devolverán el testimonio de quienes hemos sido alguna vez.

Así, el pasado que es inmodificable y se sucede a cada minuto que pasa, da lugar a la renovación permanente de la mirada que sobre él, tenemos.

Entonces, ella, Roxi me obsequia un vaso color humo, atiborrado de tesoros como flores secas, caracolas, rosetas y una pequeña forma redonda en donde se ve inscripta una hermosa clara y diminuta flor. Me explica que le llegó, merced a parientes lejanos y que esa maravilla venía de Australia. Un fósil!

Miles de años... y años... tiempo condensado en lo que se muestra como una joya delicada. Fragmento de historia que llega hoy, en pleno siglo XXI a una actividad de arte terapia para seguir regalando su testimonio, su dulzura acompasada por miles de olas que lo han pulido en las costas lejanas, a lo largo, ancho y espeso del tiempo...

Es así que viene a mí, Herbert Read y lo que me cuenta, lo comparto.


Ningún tipo de actividad humana dura tanto como las artes plásticas, y nada de lo que sobrevive del pasado es tan valioso para comprender la historia de la civilización. La naturaleza real de la actividad humana que llamamos estética y que resucita tales objetos, continua siendo un problema psicológico. Intentamos, pues, explorar el carácter general de las semejanzas que, es de suponer, existen entre la forma que la sociedad toma en un período determinado y las formas de arte contemporáneo. Tenemos que distinguir, en primer lugar, entre el arte como factor económico y el arte como expresión de ideales, aspiraciones espirituales y mitos, es decir, el aspecto ideológico del arte.

La naturaleza esencial del arte no reside ni en la producción para satisfacer unas necesidades prácticas, ni en la expresión de unas ideas religiosas o filosóficas, sino en la capacidad del artista de crear un mundo sintetizado y consciente de sí mismo, el cual no es ni el mundo de los deseos y la fantasía, sino un mundo compuesto de estas contradicciones, es decir, una representación convincente de la totalidad de la experiencia.


Creo que se ha producido una crisis específica en el desarrollo de nuestra civilización, en la cual la naturaleza real del arte corre el peligro de desaparecer en la confusión y el mismo arte corre el peligro también de perecer a causa del mal uso que hacemos de él. El arte es una actividad autónoma, influenciada como todas nuestras actividades por las condiciones materiales de existencia, pero que, como modo de conocimiento, es a la vez su propia realidad y su propio fin.
El arte nace como una actividad solitaria, y solo en la medida que la sociedad reconoce y absorbe estas unidades de la experiencia, el arte se incorpora a la fábrica social. El arte, como veremos, es fundamentalmente una fuerza instintiva, y los instintos pueden retrotraerse dentro del inconsciente si se les trata de un modo demasiado consciente. Podríamos decir que, en muchos casos, las ideologías de un período se encarnan en su religión o mitología. No obstante, se corre el peligro de considerar la unión local de dos aspectos de una cultura - su arte y su mitología - como una ley necesaria y universal, y, aunque esa unión se ha producido en fases importantes de la Historia del mundo, no es ni mucho menos tan completa como podría inducirnos a suponer un examen superficial de dichos períodos.

Creo que encontraremos pues, suficientes pruebas para admitir el carácter dialéctico del arte. No es un producto secundario del desarrollo social, sino uno de los elementos originales que entran en la formación de una sociedad. No obstante, ocurre que en el proceso de aislar los elementos que llamamos arte, podemos perder de vista el esquema general. Lo mejor que podemos hacer es seleccionar períodos típicos y, luego, determinar la relación del arte del período en cuestión con el resto de las características culturales predominantes.


Hay que considerar el arte como el modo más perfecto de expresión que ha logrado la Humanidad. Como tal se ha propagado desde los mismos albores de la Civilización. Siempre, en cada fase de la Civilización, ha advertido que lo que llamamos la actitud científica es inadecuada. La conciencia que ha desarrollado a partir de su cauta astucia sólo puede compararse con hechos objetivos; más allá de tales hechos se encuentra un ámbito del mundo solamente accesible al instinto y a la intuición. El desarrollo de estos modos más oscuros de aprehensión ha sido el fin del arte; no podremos comprender la Humanidad y su Historia hasta que admitamos la importancia y, desde luego, la superioridad del conocimiento representado por el arte.
El arte es un modo de expresión, un lenguaje que puede hacer uso de tales cosas útiles, del mismo modo que el lenguaje mismo hace uso de la tinta, del papel y de las máquinas de imprenta, para transmitir un significado. El arte es una forma de conocimiento, y el mundo del arte es un sistema de conocimiento tan precioso para el hombre como el mundo de la filosofía o de la ciencia.


Arte y educación.
Es posible, para un estudiante, conocer todos los acontecimientos de la Historia del Arte (fechas de nacimiento y muerte de artistas, definiciones de términos y escuelas, hasta la psicología de determinados artistas) sin, por eso, ser capaz de ver la diferencia existente entre los méritos estéticos de un cierto número de obras de arte. El tema de Bellas Artes proporcionaba un material idóneo para corregir los excesos intelectuales de nuestro sistema educativo, pero en la práctica real no tuvo semejante efecto.
Puede que una vaga conciencia de estas incompatibilidades haya servido para excusar el estado de negligencia general para con el arte en las universidades de Gran Bretaña; lo mismo podría decirse de otros países que tal vez sus universidades se han contentado con limitarse a los aspectos intelectuales de este problema.

2.1 La edad de la inocencia
En la educación artística debemos volver al significado literal de la palabra e intentar de algún modo “sacar a la luz” lo latente y suprimido del individuo. Es observación común en todo lo relacionado con la educación de los niños el que el impulso estético es natural hasta cerca de los once o doce años. Con la irrupción de la pubertad estas facultades ceden terreno al juego de facultades más lógicas.
Lo que ocurre es un desarrollo gradual, que una súbita interrupción del proceso educativo del niño puede acelerar. En el niño, se desarrolla lentamente el Super-Yo consciente y crítico que en todos sus aspectos equivale a un censor y suprimidor de los instintos.
En general, los padres y demás autoridades similares siguen los dictados de sus Super-Yo en la educación de sus hijos. Sean cuales sean las relaciones en que se encuentren su Yo y su Super-Yo, en la educación de sus hijos se muestran severos y exigentes. De lo cual se deriva el hecho de que el Super-Yo del niño no se forma sobre el modelo de sus padres, sino sobre su Super-Yo; se apodera del mismo contenido, se convierte en el vehículo de la tradición y de todos los valores ancestrales que se han ido transmitiendo de este modo de generación en generación.

2.2 El niño dotado
En el caso de algunos niños no tiene lugar la supresión de ésta. Por eso, desde el punto de vista de la educación artística, se plantean dos importantes preguntas:
¿Por qué razón tienen lugar estas excepciones?
Si se desea elevar hasta un cierto número tales excepciones, ¿de qué manera puede hacerse?
Existen dos explicaciones, una física y la otra psicológica. Ocurre que un individuo determinado no consigue efectuar la completa objetivación, como llamamos a la substitución del principio del placer por el principio de la realidad. A veces se supone que esta minoría está dotada de cualidades excepcionales de naturaleza fisiológica. Existen abundantes ejemplos de la intratable naturaleza del “temperamento artístico” en tales circunstancias.
Creo que podríamos aceptar la teoría de que todos los niños empiezan a vivir con todo el equipo físico o sensitivo necesario para hacer de todos ellos unos artistas. Puede haber una minoría físicamente menos desarrollada que sea totalmente insensible, individuos tan sordos a las diferencias de sonido y tan ciegos a los colores que sean incapaces de reacciones estéticas, pero incluso tal afirmación necesita que la ciencia lo confirme. En el momento de nacer, la gran mayoría es estéticamente sensible, y lo que le ocurre al niño durante los primeros años determina si tendrá o no una capacidad para la expresión estética, para comunicar sus sentimientos de modo abierto y adecuado con un “efecto informativo” sobre los demás individuos.
Todos nacemos artistas y nos convertimos en ciudadanos insensibles de una sociedad burguesa, porque o se nos deforma “físicamente” durante el proceso de la educación; o bien, se nos deforma”psíquicamente” porque nos vemos obligados a aceptar un concepto social de normalidad que excluye la libre expresión de los impulsos estéticos.


Un problema de valores
He aquí, pues, que todo el problema se convierte en un problema de valores. Como tal ya lo planteó Platón, y el dilema sólo se ha resuelto intentando hacer del arte mismo un representante del Super-Yo, un vehículo de los valores morales e idealistas. La objeción que Platón hacía iba dirigida en realidad no contra el carácter sensual e instintivo del arte, que él siempre aceptó, sino contra la confusión de los valores morales y estéticos.
Platón habría discutido duramente la idea que tenemos del arte como un lenguaje para transmitir un conocimiento intuitivo de la realidad, lo que objeta el arte es precisamente que no transmite ninguna clase de verdades en las que poder confiar. Platón distingue tres grados u ordenes de objetos: primero, la forma absoluta y eterna, totalmente real e inteligible; segundo, el objeto perceptible, copiado de la forma; y tercero, la obra de arte, copiada del objeto. A estos tres grados de la realidad le corresponden tres grados del conocimiento.
El más elevado grado de la realidad y el conocimiento corresponde a la concepción freudiana del Super-Yo; el segundo grado platónico de ambos puede parangonarse con la vida consciente del Yo, y el tercer grado corresponde al ello. Platón considera el arte como la copia de una copia, la apariencia de una apariencia; pero nunca considera la obra de arte como un mero facsímil o réplica.
Las objeciones de Platón al arte, y a la presencia de artistas en su república ideal, pueden reducirse a dos: la racional y la estética. Es verdad que considera la posibilidad de un arte abstracto y absoluto, pero para Platón, el arte es en general sensual y seductor. Asigna al arte un papel estrictamente funcional en materia de educación; lo considera un favor que puede, con el debido cuidado, extenderse a los niños en la fase de educación en la cual están expuestos a rebelarse contra la severidad de un régimen totalmente racional.
Platón considera el arte en general como una expresión de las partes emotivas e indisciplinadas de nuestra naturaleza, y como tal, tiene que desalentarse en interés de las ideas y virtudes racionales. Considera el arte como una irrupción del inconsciente, probablemente para perturbar la sobrestructura idealista que es el Super-Yo. Si queremos dar un lugar más importante al arte en el sistema general de la educación, será necesario desafiar la filosofía racional de la vida que Platón evocó.

El medio feliz
Toda concepción auténtica de la razón tiene que dar cabida a las emociones humanas y a todo lo que éstas determinan. La infelicidad se deriva de una supresión indiscriminada o completa de la parte instintiva y emotiva de nuestro ser. Freud admitió: “ La función de la educación... es la de inhibir, prohibir y suprimir...”, pero el análisis científico nos ha enseñado que esta misma supresión de los instintos encierra el peligro de las enfermedades neuróticas.


La educación de los instintos
Sería una cosa muy útil inventar los medios de preservar esos impulsos un poco más cerca de la superficie de la conciencia, permitiendo así a la mente desarrollar en una mayor medida las respuestas emocionales ante algo bello cuya influencia purificadora y ennoblecedora está limitada ahora a tan modesta porción de la Humanidad. Tenemos que aprender a desestimar aquellos valores sociales e intelectuales que han sido el objetivo supremo de toda la tradición clásica. Podríamos intentar el experimento de educar los instintos en lugar de suprimirlos.


El proceso de la educación
Aún es necesario preguntarse sobre lo que está implícito en el proceso de “educar los instintos”, y de modo particular en el ámbito del arte. La obra de arte es siempre, en algún sentido, ordenación. No es necesario que nos limitemos a la concepción clásica del orden de valores, el orden y la coherencia pueden ser abiertos, irregulares y dinámicos. Una “obra” de arte implica una cierta cantidad así como calidad de la obra, y la intensidad tiene que ser coextensiva a la cantidad. Damos por sentado que la particular organización somática o sensual del artista le permite”comprender relaciones de las capas más profundas del Yo y del Ello que de otro modo serían inaccesibles”.
En general el Artista tiene que domar los entes de sus visiones antes de entregarlos al ciego público. Y esta es la función de la parte de la mente del artista que llamamos su Yo. Éste hace de mediador entre el Ello del artista y el mundo externo. El artista no elimina ningún elemento que proceda de las fuentes de excitación internas; “su” propósito consiste precisamente en introducir tales elementos, y, mediante la introducción de fuerzas de este nivel más profundo de la existencia que llamamos el Ello, perturbar la uniforme y ordenada superficie de la concepción convencional de la realidad.
Su única preocupación debe ser el comprometerse, para controlar el exceso de su energía instintiva, a fin de no alarmar indebidamente o entrar en antagonismo con el individuo normal. Podemos decir que el desarrollo artístico consta de dos procesos: el inmediato y esencial que siempre ha sido conocido como inspiración, y que, psicológicamente, explicamos como un acceso a las capas más profundas del inconsciente; y un segundo proceso de elaboración, en que las percepciones e intuiciones esenciales del artista brotan de una energía que puede encontrar lugar en la vida organizada de la realidad consciente.

Sir Herbert Edward Read (1893-1968) fue un inglés, filósofo político, poeta, anarquista y crítico de literatura y arte. Realizó más de 1000 escritos acerca de diferentes áreas del pensamiento. Obtuvo el Premio Erasmus el año 1966.


Read nos dice: “En última instancia, no hago distinciones entre ciencia y arte, salvo como métodos, y creo que la oposición entre ambas en el pasado se ha debido a una concepción limitada de ambas actividades. El arte es representación, la ciencia es explicación -de la misma realidad".