
Yo...con la salud algo quebrantada
y no se si recuperable,
dejo a mi segunda mujer
mis brazos y mis piernas,
en recuerdo de que con
unos y con otras la abarqué y la ceñí,
la incorporé a mi territorio,
la gocé y logré que me gozara.
También le dejo mis rabietas de verdugo
y mis caricias de arrepentido;
mis hoscas vigilias y mis nocturnos de
minucioso amador;
la melancolía que me provocan
sus ausencias y el cielo abierto
que acompañan sus regresos;
la garantía de saberla dormida a mi lado
y la certeza de que velará mi último sueño.
Yo..dejo también una canción cadenciosa y pegadiza
que mi madre cantaba en la cocina mientras revolvía
el dulce de leche casero;
dejo un cristal con lluvia
que me ponía alegremente melancólico;
dejo un insomnio con luna creciente y dos estrellas;
dejo la campanilla con la que llamaba a la esquiva buena suerte;
dejo una tijerita de acero inoxidable con la que, a través de los años,
me fui cortando tres o cuatro tipos de bigote;
dejo el cenicero de Murano que recogió
sin inmutarse las cenizas de mis frustraciones;
dejo todos mis apodos y mis remordimientos clandestinos;
dejo una ficha de ruleta para que alguien la apueste al treinta y dos;
dejo el relámpago de la memoria que a veces ilumina los baldíos de mi conciencia;
dejo el cuaderno tabaré cuadriculado donde fui anotando mis vagos presentimientos;
dejo un ejemplar del Quijote en papel biblia
con notas al margen que testimonian mi aburrida admiración;
dejo los gemelos de oro que me regalaron para mi segunda boda y que nunca estrené
pues uso camisas de manga corta;
dejo la cadenita de mi pobre perro que murió hace tres años porque
no supo soportar su viudez;
dejo un encuadernado ejemplar de la oda al carajo,
única obra maestra del ubicuo bandolero que escribió nuestro himno y el de Paraguay;
dejo el antiguo calzador de mango largo que uso en mis temporadas de lumbago;
dejo mi valiosa colección de arrugadas expectativas;
dejo un cajoncito de cartas recibidas y otro cajoncito con copiaas de las cartas
que no me contestaron;
dejo un termómetro enigmático y maravilloso porque siempre nos fue imposible leer en él
la temperatura nuestra de cada día;
dejo la acogedora sonrisa de la preciosa pero intocable mujer de un amigo
que es campeón de karate;
dejo el único piojo solitario, anacoreta,
que ingresó hace doce años en mi geografía corporal y al que ultimé
sin la menor piedad ecologista;
dejo un plano muy bonito de Montevideo,
recuerdo de una época poscolonial y premoon;
dejo mi horóscopo, con sus pronósticos nunca confirmados;
dejo un papel secante con la firma (invertida) de un ministro del ramo;
dejo un caracol gigante,recogido en una playa oceánica
que antes de expirar me miró con la tristeza de su odio salado;
dejo una antena de TV, que sólo aportó inéditos fantasmas a mi pantalla;
dejo las ojeras de mi hipocondría y los ardides de mi falso olvido;
dejo un decilitro de ola atlántica que guardo en un frasco verdiazul para que no extrañe;
dejo un sueño erótico y su verdad desnuda, por cierto inalcanzable en la arropada vigilia;
dejo una bofetada femenina, injusta y perfumada;
dejo una patria sin himno ni bandera pero con cielo y suelo;
dejo la culpa que no tuve y la que tuve, ya que después de todo son mellizas;
dejo mi brújula con la advertencia de que el norte es el sur y viceversa;
dejo mi calle y su empedrado;
dejo mi esquina y su sorpresa;
dejo mi puerta con sus cuatro llaves;
dejo mi umbral con tus pisadas tenues;
dejo por fin mi dejadez.
MARIO BENEDETTI.
No hay comentarios:
Publicar un comentario