En el minuto, de esos tantos, en el cual permanezco callado, escuchando a quien escucho, cambia mil veces el paisaje, mil veces la atmósfera, mil veces el rostro del hablante…
En esa escucha mía, a la cual hoy amo -y no siempre fue así-, encuentro parte de la esencia de mi esencia.

Escucho, y trato de enamorarme efímeramente de ese cabello rubio, de ese timbre sonoro, del marrón clarito de esos iris vivaces.
O, escucho, y trato de admirar ese tono enérgico, esa actitud inesperada, esa historia a la cual juego a creer.
Escucho, y me pierdo -a veces- palabras, cambiando contenidos por impresiones. Quedándome con sensaciones donde hubieran habido sólo palabras operando como semillas en una tierra estéril.
Escucho, y navego. Escucho, y divago. Escucho, y fantaseo.
Escucho desde el mejor lugar posible. Dedico mi escucha. La cuido. La ofrezco con amor.
Mientras tanto, cambio una nariz aguileña por unas cejas armoniosas. Un pelo desprolijo, por una mirada brillante. Una palabra hiriente, por una hermosa voz ronca.
Y escucho. Y escuchar es como amar. No especules con escuchar para ser escuchado.
Escuchá (y amá) si querés. Y si no, vos te lo perdés.
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