martes, 24 de mayo de 2011

Refugio por Gustavo Bedrossian

Al entrar a casa me hubieran dado ganas -como en las películas- de cerrar la puerta y apoyarme de espaldas sobre ella. Dejé las llaves sobre la mesa, me saqué los zapatos (antes que la campera) y encendí la estufa. Descalzo, fui al baño y abrí la canilla del agua caliente, y esperé. Esperé a que asomase y coloqué mis manos bajo el chorro, y esperé también al placer, que no tardó en llegar. Me lavé la cara y no me atreví a mirarme en el espejo cuando me secaba. Fui a la cocina y puse a hervir agua para un té. Nunca tomo té. Pero tampoco nunca había hecho lo que me tocó hacer esa noche. Tal vez el futuro, mi futuro, pudiera estar hecho de cosas distintas, de cosas que nunca. Tomé un saquito del único tipo de té que había en el frasco. Y puse en la taza el agua primero, como de pronto recordé que decía siempre ella, para que las hojitas de té no se quemen, y luego el saquito. Observé y esperé hasta que éste se hundiera en el agua caliente, y lo agité. No me acordaba de si me gustaría con azúcar o no. ¿Cuándo había sido la última vez que había tomado uno? Le puse un poco de azúcar, por las dudas un poco. Y rodeé la taza con las manos para que se me calentasen.No supe hacia dónde mirar y mientas tanto me di cuenta de la extraña sensación que sentía en mis pies descalzos a través de las medias que me separaban de las baldosas frías de la cocina. ¿Era frío? ¿Era calor? Busqué la calidez del parquet del living. Y no me decidía a sentarme. Me encontré dudando sobre qué sillón elegir. Me desplomé sobre el más cercano y me hundí en él. Me hundí también en el calor de la estufa que empezaba a sentirse. Me hundí en mi nostalgia. Me hundí. Y no temí no encontrar el fondo. Sabía que en algún lugar estaría y comenzaría el camino de vuelta. Hoy era tiempo de llorar quizás. Y por primera vez no tuve miedo de hacerlo. No tuve miedo. El miedo es para quien siente que tiene algo para perder. Estaba claro para mí que no era mi caso. Hoy era tiempo de hundirse. De entregarse al dolor. Y de esperar la inflexión. De esperar que del núcleo de mis células comenzaran a partir las instrucciones para volver, para salir. Veía mi tiempo como la proximidad a un equinoccio de invierno, cuando nos acercamos a la noche más larga y fría del año, pero sabemos que a partir de ese punto todo cambiará.

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