Salí de mi casa, no caminando sino a un paso veloz,
rezando para que el supermercado no cerrara.
Me llevé por delante una columna; podría decir que no sólo
vi las estrellas; también pude ver Marte y Júpiter.
Nadie me socorrió.
Me levanté lentamente. Me sentía bastante mareada; la gente creía
que estaba borracha o que estaba alucinando.
Con un paso bastante lento llegué al supermercado.
Se encontraba cerrado. ¡Claro había pasado una hora desde
mi torpe accidente! .
No solo seguía aturdida, también había descubierto que no
llevaba mi celular encima.
Me quedé sentada en una esquina que afortunadamente
tenía un banquito limpio y pude descansar hasta reponerme.
Me quedé quieta como una momia y comencé a ver la calle; observé a la gente. Me sorprendí por la gran velocidad a la que pasan .
Me sorprendí al ver la falta de respeto hacia el que esta al lado.
Me sigo sorprendiendo del odio con el que se tratan unos a otros.
Recuerdo que en ese momento mi cabeza no entendía que sucedía
¿Qué nos pasa? ,
¿Hay algo que no está bien? , me pregunté varias veces.
Mientras se me paría la cabeza trataba de comprender qué acontecía
enfrente de mis ojos.
Lo que me ha quedado en claro, es que la gente nunca se dio cuenta
de que yo, una persona, me acababa de lastimar.
Nadie miró hacia el costado.
Todos siguieron su camino.
Sus ojos eran ciegos.
Al llegar a mi casa encontré a todos preocupados, pues no sabían de mí.
Lo único que les dije fue: Estoy bien! No se preocupen.
"Fui a dar una vuelta, intenté comprar las cosas que necesitaba pero no llegué", le dije a mi marido.
Tal vez en mis manos nada se vea, sin embargo lo que traigo de la calle
es un darme cuenta de lo que significa la velocidad.
Nos llevamos las cosas por delante, nos lastimamos, nos dolemos,
podemos incluso perder la vida.
Una vida valiosa pero al mismo tiempo indiferente para otros,
los ciegos que no ven.
Daiana Olivarez 06/04/2011
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