
MARISA EN EL PARQUE
La veo sentadita, en el banco del parque. Remera fucsia y babucha blanca. Pelo rubio
oscuro, y una mirada que de tanto mirar fijo, ojo abierto con preguntas, parece que está
hipnotizada. Marisa se queda en el parque. No está dispuesta a volver a su casa, sin el
preciado botín que piensa guardar en su mochila.
La he estado viendo día tras día, mientras le doy vueltas una y otra vez al perímetro
del parque, para llegar a las vacaciones con la cintura afinada, el sistema cardiovascular
puesto a cero, los músculos de toda mi anatomía, firmes como los soldaditos de plomo.
Mientras yo me preocupo en contar cuadras y saco estrambóticas cuentas de calorías
perdidas, Marisa desembala un chupetín de colores que se apresta a saborear con
fruición, mientras las agujas del reloj también giran alrededor de la hora, acompañando
las ejercitadas y aeróbicas tardes.
El parque ha quedado precioso después de la tormenta de ayer. El agua ha barrido la
basura y el olor de los pinos, se entremezcla con los canteros de menta. El aire se respira
fresco. Por momentos no parece un parque si no un circo.
En la esquina de Echeverría y Acha, el jacarandá ha decorado al pedregullo de color
ladrillo, con los pétalos que se han caído, dando al paisaje un eco entre azul, lila y
violeta.
Como estoy con la radio, escucho música para animarme a rodear este lugar con mis
pasos, percibiendo el mundo externo como si fuera mudo. Es una relación extraña la
que se produce entre el adentro y el afuera a la hora de las zapatillas. Una suerte de
abstracción física, que impide saber a ciencia cierta que hora del día es.
Puedo observar a Marisa desde todos los ángulos. En este momento alcanzo a ver un cuarto
de su perfil izquierdo y cuando ya termino de escribir esta frase, estoy viendo su
espalda.
No puedo adivinar que pasa, porque de repente ella se para con el chupetín en la boca,
como si quisiera entender algo, y su cuerpo habla con el discurso de un vigía que espera
gritar tierra! Ahora se sienta de nuevo y se hamaca en el banco, moviendo sus pies pero
dando pistas de que no piensa levantarse de nuevo.
Me fijo la hora, son casi las ocho de la noche. Estamos en pleno verano y todavía no
oscurece del todo. Ya he dado unas 12 vueltas y me siento feliz conmigo misma.
Me vuelvo a casa. A la ducha! Imagino el agua, masajeando mi cuerpo cansado y apuro
el paso. Han pasado algunas horas. Mientras me seco el pelo, veo por mi ventana, gente que
corre en la calle.
Luces y sirenas que siguen ululando desde que comenzó a cambiar el paisaje, mientras me bañaba. No entiendo lo que veo y me pregunto ¿qué pasa?
Me quedo en la ventana sin poder despegarme del marco, y como en una coreografía
veo avanzar a Juan, mi vecino, con Marisa en brazos, cruzando la calle.
Carla atraviesa corriendo entre la multitud y los tres se abrazan.
Lloran. La gente los rodea haciendo una ronda y ellos tres quedan en el centro. Luces y
sirenas no se callan. Desde donde estoy, se ve un círculo de gente, con otro círculo en
su interior. Decido bajar y cuando abro la puerta, escucho decir a Marisa : “¡Yo los ví!
eran los tres reyes magos! Uno tenía los ojos azules y el pelo azul, el otro usaba rastas y
el más chiquito un collar de puntitas! ¡Usaban arito los tres! ¡No me quería volver!!
¡¡Quiero ir al parque!!”
Marisa protesta y grita, Carla llora muda y Juan abraza a las dos. Hoy, es 5 de enero.
Seguramente en el matutino de mañana, se leerá: Niña perdida es encontrada sana y
salva en Villa Urquiza. Asegura haber hablado con los tres reyes magos.
Ya estoy de regreso en mi casa. Es la una de la mañana. Pensaba acostarme pero acaba
de llamarme mi jefe. Me pide que vaya a cubrir una nota. Tres nenes, uno de siete años
y otros dos de seis, aseguran haber visto a la Virgen niña, en el parque que se encuentra
entre Acha y Donado en el barrio de Villa Urquiza.
FIN
La veo sentadita, en el banco del parque. Remera fucsia y babucha blanca. Pelo rubio
oscuro, y una mirada que de tanto mirar fijo, ojo abierto con preguntas, parece que está
hipnotizada. Marisa se queda en el parque. No está dispuesta a volver a su casa, sin el
preciado botín que piensa guardar en su mochila.
La he estado viendo día tras día, mientras le doy vueltas una y otra vez al perímetro
del parque, para llegar a las vacaciones con la cintura afinada, el sistema cardiovascular
puesto a cero, los músculos de toda mi anatomía, firmes como los soldaditos de plomo.
Mientras yo me preocupo en contar cuadras y saco estrambóticas cuentas de calorías
perdidas, Marisa desembala un chupetín de colores que se apresta a saborear con
fruición, mientras las agujas del reloj también giran alrededor de la hora, acompañando
las ejercitadas y aeróbicas tardes.
El parque ha quedado precioso después de la tormenta de ayer. El agua ha barrido la
basura y el olor de los pinos, se entremezcla con los canteros de menta. El aire se respira
fresco. Por momentos no parece un parque si no un circo.
En la esquina de Echeverría y Acha, el jacarandá ha decorado al pedregullo de color
ladrillo, con los pétalos que se han caído, dando al paisaje un eco entre azul, lila y
violeta.
Como estoy con la radio, escucho música para animarme a rodear este lugar con mis
pasos, percibiendo el mundo externo como si fuera mudo. Es una relación extraña la
que se produce entre el adentro y el afuera a la hora de las zapatillas. Una suerte de
abstracción física, que impide saber a ciencia cierta que hora del día es.
Puedo observar a Marisa desde todos los ángulos. En este momento alcanzo a ver un cuarto
de su perfil izquierdo y cuando ya termino de escribir esta frase, estoy viendo su
espalda.
No puedo adivinar que pasa, porque de repente ella se para con el chupetín en la boca,
como si quisiera entender algo, y su cuerpo habla con el discurso de un vigía que espera
gritar tierra! Ahora se sienta de nuevo y se hamaca en el banco, moviendo sus pies pero
dando pistas de que no piensa levantarse de nuevo.
Me fijo la hora, son casi las ocho de la noche. Estamos en pleno verano y todavía no
oscurece del todo. Ya he dado unas 12 vueltas y me siento feliz conmigo misma.
Me vuelvo a casa. A la ducha! Imagino el agua, masajeando mi cuerpo cansado y apuro
el paso. Han pasado algunas horas. Mientras me seco el pelo, veo por mi ventana, gente que
corre en la calle.
Luces y sirenas que siguen ululando desde que comenzó a cambiar el paisaje, mientras me bañaba. No entiendo lo que veo y me pregunto ¿qué pasa?
Me quedo en la ventana sin poder despegarme del marco, y como en una coreografía
veo avanzar a Juan, mi vecino, con Marisa en brazos, cruzando la calle.
Carla atraviesa corriendo entre la multitud y los tres se abrazan.
Lloran. La gente los rodea haciendo una ronda y ellos tres quedan en el centro. Luces y
sirenas no se callan. Desde donde estoy, se ve un círculo de gente, con otro círculo en
su interior. Decido bajar y cuando abro la puerta, escucho decir a Marisa : “¡Yo los ví!
eran los tres reyes magos! Uno tenía los ojos azules y el pelo azul, el otro usaba rastas y
el más chiquito un collar de puntitas! ¡Usaban arito los tres! ¡No me quería volver!!
¡¡Quiero ir al parque!!”
Marisa protesta y grita, Carla llora muda y Juan abraza a las dos. Hoy, es 5 de enero.
Seguramente en el matutino de mañana, se leerá: Niña perdida es encontrada sana y
salva en Villa Urquiza. Asegura haber hablado con los tres reyes magos.
Ya estoy de regreso en mi casa. Es la una de la mañana. Pensaba acostarme pero acaba
de llamarme mi jefe. Me pide que vaya a cubrir una nota. Tres nenes, uno de siete años
y otros dos de seis, aseguran haber visto a la Virgen niña, en el parque que se encuentra
entre Acha y Donado en el barrio de Villa Urquiza.
FIN
Cynthia Grinfeld
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