miércoles, 29 de diciembre de 2010

El despertar por Vanina Godoy

El despertar
Una  casa oscura con paredes grises, un tanto desordenada.
Aquí transcurre la vida de Julio, un zapatero de cuarenta años.
Separado hace diez años de Amanda con quien tuvo un hijo, Juan. Ahora de dieciséis.
Este zapatero vivía gran parte de su vida dejándola en manos del destino. Para él todo lo que le sucedía ya estaba marcado y pensaba que nopodía hacer nada para modificarlo.
Absolutamente convencido de esto, Julio subsistía sin grandes matices.
Trabaja con su padre, también zapatero, luego de que éste lo convenciera de trabajar juntos. Ambos dedicaban gran parte del día a estar allí. Tintas, cueros, pegamentos y tacos.
Intentó estudiar varias veces motivado por Amanda, pero falló siempre.
Con su firme convicción sobre la vida, seguía su destino.
Julio vivía sólo y los Domingos se encontraba con su hijo. Compartían pocos momentos y todos sus encuentros eran iguales. Iban a comer afuera, paseaban por el parque, charlaban, y luego cada uno regresaba a su casa. Frecuetemente recordaba que su padre, hacía lo mismo con él.
Sus padres se separaron para cuando Julio ingresaba a la primaria. Vivió  muy infelizmente con su madre y su pareja, a quien detestaba. Recordaba las tediosas y agresivas discusiones de sus padres y pensaba en aquella separación. El acusado de todos los males, resultaba siendo su padre bajo el pretexto de que aparentemente, se había esforzado muy poco por la familia. Hubo situaciones complicadas en la cuales, él sostenía que nada estaba en sus manos y que la zapatería iba a ser la única herramienta que los ayudaría a enfrentar el problema.
Julio pensaba que  de alguna forma le estaba tocando revivir la misma situación repitiéndola.
Un sábado por la noche se quedó dormido en el sofá, mirando televisión.
Soplaba un viento fuerte abrió su ventana y consiguió despertarlo.
Desayunó, y salió al encuentro de su hijo como todos los Domingos. Percibió que algo muy extraño sucedía.      
No había absolutamente nadie en las calles. Sorprendido y asombrado continuó caminando.
Llegó a su antigua casa, tocó el timbre, pero nadie lo atendió. Esperó casi una hora  de interminables minutos y nadie se asomó a atenderlo.
Su preocupación fue creciendo. Caminó por las calles deshabitadas y decidió ir a la casa de su padre.
Cuando llegó se dió cuenta de que no había nadie allí tampoco. Llamó a su madre ytampoco obtuvo respuesta alguna.
Comenzó a correr desesperado sin saber hacia dónde ir.No podía entender lo que estaba ocurriendo y esto lo sumergió en un mar brumoso y oscuro.Corrió y corrió mirando para todos lados. Deseaba  encontrar a alguien. Quiso su infortunio que en semejante velocidad no viera a un árbol que estaba frente a sí y cayó pesadamente al suelo.
En su inconsciente escuchaba una voz que lo llamaba.
Cuando logró despertarse, se vió en el sofá mientras  su hijo lo llamaba por la ventana.
Sin entender lo que había ocurrido y muy confundido abrió la puerta. Era Juan. "¿Qué pasó? ¿Por qué te demoraste? le preguntaba.
Julio loabrazó fuerte agradecido de haber estado soñando.
"Para hoy haremos otros planes" le dijo.


Con un despertar diferente y por primera vez alegre, después de mucho tiempo,  Julio entiende qué es el amor.


jueves, 9 de diciembre de 2010

Asiendo la ternura por Gustavo Bedrossian

Avanzaba entusiasmado por el camino bordeado de árboles que le regalaban su sombra en el recodo de esa tarde estival. Silbaba imaginando la suavidad de las mejillas rosadas de su niña, que lo esperaba -sin saberlo ella- en su casa, a la entrada del bosque.

Casi corría por momentos. La fatiga lo hacía aminorar la marcha. Y percibirlo lo acicateaba para recuperar el paso veloz.

Saboreaba de antemano la frescura del hogar y del agua que su mujer, presta, le ofrecería al oírlo entrar.

Deseaba con toda su alma encontrar a la beba despierta, para arrancarle una sonrisa, para soplarle los ojitos, para jugar a alzarla y a bajarla.

Volver a jugar, jugar a volver a ser niño con su niña. Ser de a ratos padre-niño y niño-hombre.

Su horizonte era su hogar y nada más. Su meta estaba cerca.

Entró a la casa y se apropió del momento. No lo sabía, pero todo su presente cabía en ese momento. Inevitablemente, por ley de la vida, todo cambiaría algún día.

Ida y vuelta por Gustavo Bedrossian

Fue y volvió muchas veces
Tengo sed
Se llenó de plumas
No encontró a nadie

Fue y volvió muchas veces. Nadie la entendía.

-¿Por qué lo hacés? -le preguntaban siempre.

-Tengo sed de otras realidades -contestaba ella, confundiendo a todos aún más.

Y así su casa se llenó de plumas compradas en el Barrio Latino, de cristales de cada callejuela de Venecia, de abanicos de cada rincón de España.
Eran un pequeño-gran tesoro que daba cuenta de su paso por esas realidades a las que se refería con su sed.
Pero como no se puede estar en la misa y en la procesión, por vivir esas otras realidades, se alejó de su realidad. Y un día volvió y no encontró a nadie.

Fue y volvió muchas veces. Muchas veces fue y volvió.

-Tengo sed -decía. Decía: -Sed tengo yo.

Se llenó de plumas. De plumas se llenó.

Y un día no encontró a nadie. A nadie encontró.

La realidad y la cordura perdió.

¿Qué es una frase? Por Gustavo Bedrossian

A partir de estas cuatro oraciones, surgió esta historia.

Hay que encontrar el camino
No hay color que te venga bien
Doblamos por Potosí
¿Qué es una frase?

A veces te encontrás con estas tres o cuatro frases y como en un trance frenético (que sólo los locos como vos pueden disfrutar y que sólo a otros locos como vos podés referir), el escrito sale como por un tubo.

Pero otras veces cuesta más. Probás y probás, porque sabés que hay que encontrar el camino. Intentás ver el arco iris que se te ofrece, pero en él no hay color que te venga bien. Pareciera que no vas a poder hacer nada con esas palabras que te observan desde el extremo superior de la hoja. Las mirás, una y otra vez, y sentís que ellas te esperan pacientemente. Como para ser invitadas a jugar, o a bailar con vos.

¿Qué es una frase, puede preguntar un niño lleno de inocencia y ávido de entender? Si le tuvieras que explicar podrías decirle que una frase viene a ser... una frase sería... una frase es un pequeño tesoro en manos de un duende que te presta su sentido por un ratito y fugazmente.

Una frase es un milagro que muta todo el tiempo y se te aparece con un significado que depende del momento en que te dispongas a usarla.

Una frase es una pequeña gota de rocío que las musas de tu corazón enhebran en tu cerebro junto con otras frases, para que le des forma a una historia que habla de vos, aunque hable de otra cosa.

Pero una frase puede también hacerte escuchar a una gaviota que se escapó del recuerdo de aquel atardecer en la playa.

Una frase puede hacerte sentir el calor de un abrazo que te dieron al salir del jardín de infantes.
Una frase puede traerte una molécula de una lágrima que de repente evaporó el sol, que volvió a salir, inevitablemente.

Todo eso, y mucho más, puede encerrar una frase.

Con todo eso construís el sentido que se te antoja que te regale.

Por ejemplo, a mí, hoy una frase me devolvió la magia de aquel día en que doblamos por Potosí y se te ocurrió comprarme flores, defendiendo tu derecho -como mujer- de regalarle flores al hombre que amás.


lunes, 6 de diciembre de 2010

Vida y Muerte por Vanina Godoy

Ana y Armando se conocían hace cinco años. Se vieron por primera vez en una fiesta. Ambos habían ido sin imaginarse que a partir de ese día sus vidas cambiarían.

Armando la vio llegar luciendo su vestido verde; uno de sus preferidos. Llevaba sus cabellos rubios sueltos; hasta los hombros como si flotaran.
Sin duda él se sintió muy atraído.  La miró toda la noche y casi al final de la fiesta decidió acercarse.
Ana no había registrado la presencia de Armando hasta el momento en el que él se acercó a hablarle. Sus miradas fueron penetrantes; los dos sintieron algo muy fuerte y especial.

Luego de esa fiesta no pudieron separarse jamás.

Armando tenía un carisma particular que lo caracterizaba. Pasaba el tiempo haciendo chistes y era muy raro verlo triste o amargado. A Ana le encantaba eso de él… Se divertían tanto juntos que cuando estaban solos los dos, no importaba nadie más.

Un día de primavera, sentados a orillas del río y disfrutando el atardecer, él sacó de su bolsillo un anillo y tomó la mano de Ana colocándoselo. Ella con una amplia sonrisa y sin decirle nada lo besó y lo abrazó fuertemente. Entre risas y besos pasaron toda esa tarde imaginando y organizando como sería el casamiento.
Ambos pensaban que eso era lo que les faltaba para compartir sus vidas y transitar un nuevo camino juntos.


Llegó el día de la boda, y Ana acompañada por su padre se dirigió a la Iglesia donde se encontraban todos sus seres queridos. Tenía una sonrisa imposible de borrar, estaba viviendo el día que tanto había deseado.

De repente sintió algo muy desagradable. La joven tuvo un feo presentimiento y por su mente se cruzó el rostro de Armando. Él, aún, no había llegado.
La última persona quien habló fue con su hermana, avisándole que pronto estaría allí, ya que le estaba organizando una sorpresa a su futura mujer.                      Ana rompió en llanto y se abrazó a su padre.

La novia con su vestido blanco y el rostro afligido, esperaba, sentada en la capilla, noticias de él.

Luego de algunas horas, un familiar informaba que Armando, había tenido un accidente y que lamentablemente, no pudo salvarse.
Ana quedó paralizada. Sintió que el mundo se le caía encima. El tiempo había dejado de pasar.
Ni siquiera pudo despedirse, abrazarlo y besarlo una vez más. Sólo una vez más...

Lo que aún ella no imaginaba, era que en su vientre crecía el fruto y el recuerdo de su gran amor.
                 

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La visita por Gustavo Bedrossian

A partir de estas tres frases, nace la historia que sigue.
Andá a ver al padre Antonio
Salí, zapato
No entendiste nada

Viajaba en el Sarmiento después de muchos años.
Se sorprendió confundiendo el orden de las estaciones que separan a Once de Moreno. A algunas directamente no las recordaba. Cada tanto la fauna de vendedores la distraía de la ventanilla, pero finalmente siempre volvía a girar la cabeza hacia la derecha para retomar el viaje por esa línea imaginaria que se extendía al costado del tren. A veces creía reconocer alguna casa, que por milagro había tenido que conservarse, necesariamente, igual que hace veinte, treinta, cuarenta años. Otras veces, atrapaba su atención algún afiche que se repetía hasta al cansancio, uno al lado del otro por varios metros, en alguna casa abandonada o en la empalizada de alguna obra en construcción. Pasión tropical; hasta las 24 damas gratis. Tenga su casa propia, ya; Anahí es la solución. No pierda el año; Bachillerato oficial en Morón.
Llegando a Merlo, de pronto la sacó del letargo en el que no sabía que flotaba, la sucesión de avisos que decían: Problemas de salud; Andá a ver al Padre Antonio. Se sintió más tranquila. Tal vez por saberse cerca del destino. Tal vez por ver su nombre y sentir que se convertía en algo más real. Quién sabe.
Una amiga de la infancia, suya y del padre Antonio, le había dicho unos días antes:
-No seas tonta, ¿qué podés perder? Andá a verlo.
Y aquí estaba, en el Sarmiento, camino a la parroquia donde encontraría a su antiguo amigo. ¿Qué le contaría? ¿La verdad? ¿Cuál verdad? ¿Acaso no vamos todos a morir algún día? ¿Seis meses? ¿Un año? ¿Qué más da? ¿Cuánta gente hoy sana va a morir antes que ella, que tiene en el cajón de arriba de la cómoda una sentencia de muerte?
En el asiento de enfrente había una parejita de unos quince años. Quince años cada uno, pensó. Entre los dos, sumados, vivieron menos que yo. En realidad, ella había vivido casi el doble que eso. Le encantaba seguir con el rabillo del ojo y con los tímpanos medio dormidos la charla de los chicos, plagada de malas palabras cariñosas, como es común a esa edad. El pibe le dijo algo al oído a la noviecita, a lo que la chica le contestó: -Salí, zapato -a la vez que lo alejaba con un empujón que terminó en risotadas de los dos. 

Ella se encontró riéndose también a carcajadas en silencio, como si tuviera la boca justo a la salida de los pulmones, y nadie pudiera verla ni escucharla.
Se bajó en Moreno, y se sintió un poco asustada. Sería fácil adjudicárselo al ambiente áspero del conurbano. Pero no podría saberse si era eso o la expectativa por encontrarse con Antonio. ¿Cómo estaría? ¿Se acordaría de ella?
Sacó el papelito con la dirección y se lo quedó en la mano. Más o menos se fue ubicando y luego de unos veinte minutos llegó a la parroquia.
Pidió hablar con el padre Antonio, y le dijeron que pasara a un patio. 

Allí había una fila con unas pocas personas esperando, sentadas en bancos largos apoyados contra una pared. Cuando llegó su turno, la asistente del Padre la hizo pasar y le hizo ademán de que se sentara delante del escritorio de él, quien se mantenía con la cabeza gacha, con la mirada perdida sobre las hojas de un cuaderno abierto sobre el escritorio. Como en un mecanismo de relojería, cuando la asistente se retiró y se sintió el ruido de cierre del picaporte, el padre Antonio levantó la cabeza y miró a Mariana a la cara. Pasaron varios segundos. La mirada de él parecía estar desprovista de todo sentimiento, aunque hubiera una serenidad y una dulzura tácitas, implícitas en sus facciones.
De repente, su semblante cambió. Sus ojos tomaron brillo. Se levantó y rodeó el escritorio para alcanzar a su amiga. Le extendió las manos para que ella las tomara y se levantase de la silla, y luego la abrazó.
Así quedaron un rato, sin hablar. Ella luego se sentó y él se puso en cuclillas para no soltarle las manos.
Después de las primeras palabras intercambiadas, él preguntó frontalmente: -¿Qué te trae por acá?
Y ella no tuvo dudas en contestar: -Nada en particular. Sólo que vine a Moreno a visitar a unos conocidos y me quise hacer un tiempo para verte.
No le pesó mentir. Él le besó las manos y se puso de pie.
Mariana también se paró y le dijo: -Te están esperando. No quiero demorarte. Gracias.
Y con la congoja instalada en la garganta se dio media vuelta para dirigirse a la puerta de salida. Antes de que la abriera, el padre Antonio le preguntó: -¿Qué creés que debe ser lo peor de la muerte? Ella lo pensó un poco, y casi para sus adentros, dejó saber: -Que suceda, y que tengas la sensación de que de la vida no entendiste nada.
-Y, cuando ocurra, ¿sería ése tu caso? -repreguntó el Padre.
Ella miró hacia afuera, y al cabo de un segundo contestó segura: -No.
Y salió al patio, y luego a la calle, sabiendo que no era la misma que antes de entrar.