lunes, 6 de diciembre de 2010

Vida y Muerte por Vanina Godoy

Ana y Armando se conocían hace cinco años. Se vieron por primera vez en una fiesta. Ambos habían ido sin imaginarse que a partir de ese día sus vidas cambiarían.

Armando la vio llegar luciendo su vestido verde; uno de sus preferidos. Llevaba sus cabellos rubios sueltos; hasta los hombros como si flotaran.
Sin duda él se sintió muy atraído.  La miró toda la noche y casi al final de la fiesta decidió acercarse.
Ana no había registrado la presencia de Armando hasta el momento en el que él se acercó a hablarle. Sus miradas fueron penetrantes; los dos sintieron algo muy fuerte y especial.

Luego de esa fiesta no pudieron separarse jamás.

Armando tenía un carisma particular que lo caracterizaba. Pasaba el tiempo haciendo chistes y era muy raro verlo triste o amargado. A Ana le encantaba eso de él… Se divertían tanto juntos que cuando estaban solos los dos, no importaba nadie más.

Un día de primavera, sentados a orillas del río y disfrutando el atardecer, él sacó de su bolsillo un anillo y tomó la mano de Ana colocándoselo. Ella con una amplia sonrisa y sin decirle nada lo besó y lo abrazó fuertemente. Entre risas y besos pasaron toda esa tarde imaginando y organizando como sería el casamiento.
Ambos pensaban que eso era lo que les faltaba para compartir sus vidas y transitar un nuevo camino juntos.


Llegó el día de la boda, y Ana acompañada por su padre se dirigió a la Iglesia donde se encontraban todos sus seres queridos. Tenía una sonrisa imposible de borrar, estaba viviendo el día que tanto había deseado.

De repente sintió algo muy desagradable. La joven tuvo un feo presentimiento y por su mente se cruzó el rostro de Armando. Él, aún, no había llegado.
La última persona quien habló fue con su hermana, avisándole que pronto estaría allí, ya que le estaba organizando una sorpresa a su futura mujer.                      Ana rompió en llanto y se abrazó a su padre.

La novia con su vestido blanco y el rostro afligido, esperaba, sentada en la capilla, noticias de él.

Luego de algunas horas, un familiar informaba que Armando, había tenido un accidente y que lamentablemente, no pudo salvarse.
Ana quedó paralizada. Sintió que el mundo se le caía encima. El tiempo había dejado de pasar.
Ni siquiera pudo despedirse, abrazarlo y besarlo una vez más. Sólo una vez más...

Lo que aún ella no imaginaba, era que en su vientre crecía el fruto y el recuerdo de su gran amor.
                 

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