La lectura, un pilar del desarrollo
Tener un libro a mano es una de las mejores cosas que puede sucedernos. Leer es fundamental para el crecimiento, el fomento de la creatividad y la canalización de las emociones.En un mundo en donde el cambio es constante y la mayoría de las veces vertiginoso, un libro sintetiza la matáfora de un remanso para el espíritu.La gente cada vez más aislada, aún en contra de su naturaleza, se encuentra perdida en un tiempo de soledad que acostumbra a llenar con actividades que no solamente no la hacen feliz, sino que marcan con mayor crudeza su falta de conexión con el entorno.Hoy en día... hasta los niños perciben el stress del mundo moderno que aumentando los niveles de adrenalina, desencadenan en muchos casos conductas agressivas que se ven estimuladas por ejemplo a través de la enorme oferta de juegos poco creativos, violentas propuestas cibernéticas, una televisión mediocre y la ausencia de bibliotecas en las casas como en los barrios.
Los chicos hablan como los mayores de los virus de sus computadores sin tomar conciencia de que la contaminación va mucho más lejos que un incoveniente técnico.Hay que volver a los libros. A la palabra como eje de la comunicación.La lectura nos proporciona a través de los libros la magnífica oportunidad de conocer otros mundos, de desarrollar nuestro intelecto y nuestra alma. Leer nos permite acceder a ideas que traen formas que no conocemos pero que existen y podemos investigar.Bellezas que valen la pena disfrutar. Podemos crecer y desarrollar nuestro sentido común, generar espacios de debate, de compañerismo, espacios de pensamiento grupal, en donde las ideas de otros completen las nuestras.La televisión ha colaborado a la reducción de disponibilidad de vocabulario de la mayoría de los argentinos, todo esto potenciado por la profunda crisis de valores por la que atravesamos.El soporte para la generación de cambios es el conocimiento de que las cosas se pueden hacer de maneras diferentes y para eso es bueno leer y pensar.
La frase los chicos no leen está en boca de todos los argentinos. De hecho, la última Encuesta Nacional de Lectura, realizada en 2001 por el Ministerio de Educación, lo confirma: "El 50% de la población tiene poco o ningún interés por los libros". La realidad argentina es alarmante: el 46% de los estudiantes repite el año o deja la escuela y el 16% de los argentinos es analfabeto funcional. Muchas escuelas carecen de libros y bibliotecas con material nuevo, las bibliotecas de las aulas no existen o son pobres, en las casas de escasos recursos no hay libros ni diario, entonces el contacto de los niños con la palabra escrita es mínimo. Por otro lado, muchos padres no advierten que la lectura es clave para el desarrollo presente y futuro de sus hijos y no la estimulan, y muchas veces, los docentes sufren la apatía y el desinterés de los padres sin contar con estrategias para revertir la situación. Según estadísticas de la Fundación Leer, entidad sin fines de lucro abocada a la promoción de la lectura: "La falta de habilidades en la lectura es uno de los motivos de deserción escolar y de repetición de grado". El año último se publicaron los resultados del Estudio Internacional sobre Progreso en Lectura (Pirls, por sus siglas en inglés) que mide, por medio de un examen, la capacidad lectora de los alumnos de 4º grado de 35 países. La Argentina terminó en el puesto 31, casi última.
La inteligencia necesita de mecanismos que aceiten sus engranajes. Es necesario generar la motivación y poder brindar estímulo. La lectura es compañía, es descubrimiento y hallazgo. Es cuestionamiento y placer.Los libros están para ayudar a formar personas en primera instancia y no solamente para formar profesionales.La pobreza cultural, la falta de curiosidad, la superficialidad a la que el mundo moderno se ha sometido, podría explicar la angustia con la que vive el noventa por ciento del planeta.Quien sabe leer tiene más posibilidades de saber elegir los criterios para vivir de manera plena y digna. Quien sabe leer puede expresarse y comprender lo que otros quieren decir. El espectro interpretativo se enriquece y se abre. Y en esa apertura, el intercambio se hace más fluído y más enriquecedor.Si la gente se reuniera a leer y escucharse, comenzando por la familia... seguramente las personas se sentitían mucho mejor. Los escritos serían más nítidos porque la ortografía mejoraría y así en lugar de enviarnos mensajes o comunicados, nos estaríamos conectando y relacionando verdaderamente desde el campo de la comunicación.Tendríamos más palabras y la forma de nuestras ideas se ampliaría.La lectura es un placer. Como decía Borges, no hay que leer lo que a uno no le place hasta el final... pues eso nos quita goce. Un libro que no nos agrada, simplemente es un libro que no ha sido escrito para nosotros.Nosotros desde nuestro tiempo ya vivido... los mayores... tendríamos que hacer todo lo que podamos por ayudar a crecer sanamente y con más felicidad a las generaciones futuras.
La propuesta queda hecha. Hay miles de hadas, aventuras, y planteos que están dispuestos a ser completados por la lectura de nuestros ojos.Incorporemos la lectura a nuestra vida. Será beneficioso y placentero. Italo Calvino decía que el tercer milenio nos traerá otras maneras de leer, pero la sociedad del siglo XXI, tecnológicamente más desarrollada, tendrá siempre necesidad de leer, de cosas que leer y personas que lean. Si la familia y la escuela ofrecen textos que interesen a niños y jóvenes, podrán dividir su tiempo entre la tele, la computación y el lenguaje virtual" Leer nos dá la posibilidad concreta de un momento de felicidad.
Para revertir esta situación es importante que padres, abuelos y maestros incentiven el contacto cotidiano de los chicos con la lectura.
Cualquier momento es bueno para contar cuentos a los hijos. A los chicos les gusta escuchar historias, hacer preguntas, imaginar personajes, sobre todo antes de ir a dormir.
Lo más importante es que el momento de los cuentos sea de tranquilidad. Que puedan compartir un rato distendido.
A los chicos les encanta escuchar diferentes voces (abuelos, tíos, papás, hermanos, etcétera). http://www.bibnal.edu.ar/
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Cualquier momento es bueno para contar cuentos a los hijos. A los chicos les gusta escuchar historias, hacer preguntas, imaginar personajes, sobre todo antes de ir a dormir.
Lo más importante es que el momento de los cuentos sea de tranquilidad. Que puedan compartir un rato distendido.
A los chicos les encanta escuchar diferentes voces (abuelos, tíos, papás, hermanos, etcétera). http://www.bibnal.edu.ar/
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El idioma dice lo que nos pasa
¿Cuándo nos expresamos pobremente? Cuando no logramos llevar al lenguaje el sentido o el sinsentido de la experiencia que nos toca vivir. Toda vez que esto ocurre, no sólo nos situamos por debajo de las posibilidades objetivas que el idioma nos ofrece sino, además, por debajo de las necesidades subjetivas que se agolpan y se ahogan en nosotros sin encontrar el cauce que las redima de su silencio forzoso.
¿Cuándo nos expresamos pobremente? Cuando no logramos llevar al lenguaje el sentido o el sinsentido de la experiencia que nos toca vivir. Toda vez que esto ocurre, no sólo nos situamos por debajo de las posibilidades objetivas que el idioma nos ofrece sino, además, por debajo de las necesidades subjetivas que se agolpan y se ahogan en nosotros sin encontrar el cauce que las redima de su silencio forzoso.
A medida que se conoce mejor el idioma se logra un trato más fecundo con la propia complejidad. Se diría que ésta se despliega con mayor provecho cuando aprendemos a manifestarnos mejor en nuestro idioma. En este aspecto, el conocimiento es liberador. Ensancha el campo de percepción y le hace sitio a una realidad que se resiste a los esquematismos. Se rebela, en suma, contra las simplificaciones abusivas características del pensamiento convencional.
El idioma resulta mucho más que un medio de expresión cuando se considera lo que significa hablar. Medios de expresión pueden ser el deporte, el arte, la ciencia, la filosofía. El idioma, como manifestación del Habla, remite a un modo de ser: el modo de ser que corresponde, en cada caso, al hombre concreto. El destino que un idioma corre en cada uno de los que lo emplean lo dice todo de ellos.
El castellano, entre los argentinos, no constituye excepción. Y escribo entre y no de porque no me parece que convenga generalizar. Así como no hay una única Argentina, tampoco circula, entre los argentinos, un único uso del idioma. Se habla el castellano según como se vive y es evidente que los argentinos vivimos de muy distintos modos: descubriendo lo que somos o encubriéndolo; con los demás, a pesar de los demás o para los demás; tratando de ser o simulando ser; empeñados en comunicarnos o absorbidos por los medios de comunicación. El uso del idioma dice lo que nos pasa y eso es lo que le pasa al idioma.
El auge de los estereotipos verbales es un fenómeno de todos los tiempos. No debería preocuparnos exageradamente. Si es cierto que los estereotipos verbales son el comodín de la irresponsabilidad expresiva, también son un emblema: señales más o menos inequívocas a través de las cuales una época, una generación o un grupo social determinado se dan a conocer y a desconocer. El problema, entonces, no lo constituye la existencia de tales estereotipos sino su aplicación indiscriminada. Esta es siempre un indicio de pobreza, y no sólo en el orden individual. No es posible profundizar nuestra autocomprensión como estado nacional allí donde abunda de tal modo la estereotipia del lenguaje, es decir en la retórica política.
Insisto: más allá de lo que propone una cómoda abstracción, no hay un castellano de los argentinos; hay, sí, argentinos que hablan castellano. Argentinos de las cuatro latitudes y, además, argentinos educados (cada vez menos) y argentinos sin educación o semieducados (cada vez más); argentinos que sólo saben decir "yo" y argentinos que ya no saben qué significa esa palabra porque han sido abolidos de su espectro semántico por obra del sufrimiento y de la postergación.
Diría, si me fuerzan a resumir, que en la Argentina hay por lo menos dos maneras de hablar el castellano: una es la que se empeña en decir lo que socialmente más importa; otra, la que se empecina en presentar como socialmente relevante lo que no es sino expresión del más hondo egoísmo. Entender el castellano que se habla entre nosotros equivale a saber distinguir uno de otro y a pronunciarse en consonancia con lo que se distingue.