miércoles, 29 de diciembre de 2010

El despertar por Vanina Godoy

El despertar
Una  casa oscura con paredes grises, un tanto desordenada.
Aquí transcurre la vida de Julio, un zapatero de cuarenta años.
Separado hace diez años de Amanda con quien tuvo un hijo, Juan. Ahora de dieciséis.
Este zapatero vivía gran parte de su vida dejándola en manos del destino. Para él todo lo que le sucedía ya estaba marcado y pensaba que nopodía hacer nada para modificarlo.
Absolutamente convencido de esto, Julio subsistía sin grandes matices.
Trabaja con su padre, también zapatero, luego de que éste lo convenciera de trabajar juntos. Ambos dedicaban gran parte del día a estar allí. Tintas, cueros, pegamentos y tacos.
Intentó estudiar varias veces motivado por Amanda, pero falló siempre.
Con su firme convicción sobre la vida, seguía su destino.
Julio vivía sólo y los Domingos se encontraba con su hijo. Compartían pocos momentos y todos sus encuentros eran iguales. Iban a comer afuera, paseaban por el parque, charlaban, y luego cada uno regresaba a su casa. Frecuetemente recordaba que su padre, hacía lo mismo con él.
Sus padres se separaron para cuando Julio ingresaba a la primaria. Vivió  muy infelizmente con su madre y su pareja, a quien detestaba. Recordaba las tediosas y agresivas discusiones de sus padres y pensaba en aquella separación. El acusado de todos los males, resultaba siendo su padre bajo el pretexto de que aparentemente, se había esforzado muy poco por la familia. Hubo situaciones complicadas en la cuales, él sostenía que nada estaba en sus manos y que la zapatería iba a ser la única herramienta que los ayudaría a enfrentar el problema.
Julio pensaba que  de alguna forma le estaba tocando revivir la misma situación repitiéndola.
Un sábado por la noche se quedó dormido en el sofá, mirando televisión.
Soplaba un viento fuerte abrió su ventana y consiguió despertarlo.
Desayunó, y salió al encuentro de su hijo como todos los Domingos. Percibió que algo muy extraño sucedía.      
No había absolutamente nadie en las calles. Sorprendido y asombrado continuó caminando.
Llegó a su antigua casa, tocó el timbre, pero nadie lo atendió. Esperó casi una hora  de interminables minutos y nadie se asomó a atenderlo.
Su preocupación fue creciendo. Caminó por las calles deshabitadas y decidió ir a la casa de su padre.
Cuando llegó se dió cuenta de que no había nadie allí tampoco. Llamó a su madre ytampoco obtuvo respuesta alguna.
Comenzó a correr desesperado sin saber hacia dónde ir.No podía entender lo que estaba ocurriendo y esto lo sumergió en un mar brumoso y oscuro.Corrió y corrió mirando para todos lados. Deseaba  encontrar a alguien. Quiso su infortunio que en semejante velocidad no viera a un árbol que estaba frente a sí y cayó pesadamente al suelo.
En su inconsciente escuchaba una voz que lo llamaba.
Cuando logró despertarse, se vió en el sofá mientras  su hijo lo llamaba por la ventana.
Sin entender lo que había ocurrido y muy confundido abrió la puerta. Era Juan. "¿Qué pasó? ¿Por qué te demoraste? le preguntaba.
Julio loabrazó fuerte agradecido de haber estado soñando.
"Para hoy haremos otros planes" le dijo.


Con un despertar diferente y por primera vez alegre, después de mucho tiempo,  Julio entiende qué es el amor.


jueves, 9 de diciembre de 2010

Asiendo la ternura por Gustavo Bedrossian

Avanzaba entusiasmado por el camino bordeado de árboles que le regalaban su sombra en el recodo de esa tarde estival. Silbaba imaginando la suavidad de las mejillas rosadas de su niña, que lo esperaba -sin saberlo ella- en su casa, a la entrada del bosque.

Casi corría por momentos. La fatiga lo hacía aminorar la marcha. Y percibirlo lo acicateaba para recuperar el paso veloz.

Saboreaba de antemano la frescura del hogar y del agua que su mujer, presta, le ofrecería al oírlo entrar.

Deseaba con toda su alma encontrar a la beba despierta, para arrancarle una sonrisa, para soplarle los ojitos, para jugar a alzarla y a bajarla.

Volver a jugar, jugar a volver a ser niño con su niña. Ser de a ratos padre-niño y niño-hombre.

Su horizonte era su hogar y nada más. Su meta estaba cerca.

Entró a la casa y se apropió del momento. No lo sabía, pero todo su presente cabía en ese momento. Inevitablemente, por ley de la vida, todo cambiaría algún día.

Ida y vuelta por Gustavo Bedrossian

Fue y volvió muchas veces
Tengo sed
Se llenó de plumas
No encontró a nadie

Fue y volvió muchas veces. Nadie la entendía.

-¿Por qué lo hacés? -le preguntaban siempre.

-Tengo sed de otras realidades -contestaba ella, confundiendo a todos aún más.

Y así su casa se llenó de plumas compradas en el Barrio Latino, de cristales de cada callejuela de Venecia, de abanicos de cada rincón de España.
Eran un pequeño-gran tesoro que daba cuenta de su paso por esas realidades a las que se refería con su sed.
Pero como no se puede estar en la misa y en la procesión, por vivir esas otras realidades, se alejó de su realidad. Y un día volvió y no encontró a nadie.

Fue y volvió muchas veces. Muchas veces fue y volvió.

-Tengo sed -decía. Decía: -Sed tengo yo.

Se llenó de plumas. De plumas se llenó.

Y un día no encontró a nadie. A nadie encontró.

La realidad y la cordura perdió.

¿Qué es una frase? Por Gustavo Bedrossian

A partir de estas cuatro oraciones, surgió esta historia.

Hay que encontrar el camino
No hay color que te venga bien
Doblamos por Potosí
¿Qué es una frase?

A veces te encontrás con estas tres o cuatro frases y como en un trance frenético (que sólo los locos como vos pueden disfrutar y que sólo a otros locos como vos podés referir), el escrito sale como por un tubo.

Pero otras veces cuesta más. Probás y probás, porque sabés que hay que encontrar el camino. Intentás ver el arco iris que se te ofrece, pero en él no hay color que te venga bien. Pareciera que no vas a poder hacer nada con esas palabras que te observan desde el extremo superior de la hoja. Las mirás, una y otra vez, y sentís que ellas te esperan pacientemente. Como para ser invitadas a jugar, o a bailar con vos.

¿Qué es una frase, puede preguntar un niño lleno de inocencia y ávido de entender? Si le tuvieras que explicar podrías decirle que una frase viene a ser... una frase sería... una frase es un pequeño tesoro en manos de un duende que te presta su sentido por un ratito y fugazmente.

Una frase es un milagro que muta todo el tiempo y se te aparece con un significado que depende del momento en que te dispongas a usarla.

Una frase es una pequeña gota de rocío que las musas de tu corazón enhebran en tu cerebro junto con otras frases, para que le des forma a una historia que habla de vos, aunque hable de otra cosa.

Pero una frase puede también hacerte escuchar a una gaviota que se escapó del recuerdo de aquel atardecer en la playa.

Una frase puede hacerte sentir el calor de un abrazo que te dieron al salir del jardín de infantes.
Una frase puede traerte una molécula de una lágrima que de repente evaporó el sol, que volvió a salir, inevitablemente.

Todo eso, y mucho más, puede encerrar una frase.

Con todo eso construís el sentido que se te antoja que te regale.

Por ejemplo, a mí, hoy una frase me devolvió la magia de aquel día en que doblamos por Potosí y se te ocurrió comprarme flores, defendiendo tu derecho -como mujer- de regalarle flores al hombre que amás.


lunes, 6 de diciembre de 2010

Vida y Muerte por Vanina Godoy

Ana y Armando se conocían hace cinco años. Se vieron por primera vez en una fiesta. Ambos habían ido sin imaginarse que a partir de ese día sus vidas cambiarían.

Armando la vio llegar luciendo su vestido verde; uno de sus preferidos. Llevaba sus cabellos rubios sueltos; hasta los hombros como si flotaran.
Sin duda él se sintió muy atraído.  La miró toda la noche y casi al final de la fiesta decidió acercarse.
Ana no había registrado la presencia de Armando hasta el momento en el que él se acercó a hablarle. Sus miradas fueron penetrantes; los dos sintieron algo muy fuerte y especial.

Luego de esa fiesta no pudieron separarse jamás.

Armando tenía un carisma particular que lo caracterizaba. Pasaba el tiempo haciendo chistes y era muy raro verlo triste o amargado. A Ana le encantaba eso de él… Se divertían tanto juntos que cuando estaban solos los dos, no importaba nadie más.

Un día de primavera, sentados a orillas del río y disfrutando el atardecer, él sacó de su bolsillo un anillo y tomó la mano de Ana colocándoselo. Ella con una amplia sonrisa y sin decirle nada lo besó y lo abrazó fuertemente. Entre risas y besos pasaron toda esa tarde imaginando y organizando como sería el casamiento.
Ambos pensaban que eso era lo que les faltaba para compartir sus vidas y transitar un nuevo camino juntos.


Llegó el día de la boda, y Ana acompañada por su padre se dirigió a la Iglesia donde se encontraban todos sus seres queridos. Tenía una sonrisa imposible de borrar, estaba viviendo el día que tanto había deseado.

De repente sintió algo muy desagradable. La joven tuvo un feo presentimiento y por su mente se cruzó el rostro de Armando. Él, aún, no había llegado.
La última persona quien habló fue con su hermana, avisándole que pronto estaría allí, ya que le estaba organizando una sorpresa a su futura mujer.                      Ana rompió en llanto y se abrazó a su padre.

La novia con su vestido blanco y el rostro afligido, esperaba, sentada en la capilla, noticias de él.

Luego de algunas horas, un familiar informaba que Armando, había tenido un accidente y que lamentablemente, no pudo salvarse.
Ana quedó paralizada. Sintió que el mundo se le caía encima. El tiempo había dejado de pasar.
Ni siquiera pudo despedirse, abrazarlo y besarlo una vez más. Sólo una vez más...

Lo que aún ella no imaginaba, era que en su vientre crecía el fruto y el recuerdo de su gran amor.
                 

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La visita por Gustavo Bedrossian

A partir de estas tres frases, nace la historia que sigue.
Andá a ver al padre Antonio
Salí, zapato
No entendiste nada

Viajaba en el Sarmiento después de muchos años.
Se sorprendió confundiendo el orden de las estaciones que separan a Once de Moreno. A algunas directamente no las recordaba. Cada tanto la fauna de vendedores la distraía de la ventanilla, pero finalmente siempre volvía a girar la cabeza hacia la derecha para retomar el viaje por esa línea imaginaria que se extendía al costado del tren. A veces creía reconocer alguna casa, que por milagro había tenido que conservarse, necesariamente, igual que hace veinte, treinta, cuarenta años. Otras veces, atrapaba su atención algún afiche que se repetía hasta al cansancio, uno al lado del otro por varios metros, en alguna casa abandonada o en la empalizada de alguna obra en construcción. Pasión tropical; hasta las 24 damas gratis. Tenga su casa propia, ya; Anahí es la solución. No pierda el año; Bachillerato oficial en Morón.
Llegando a Merlo, de pronto la sacó del letargo en el que no sabía que flotaba, la sucesión de avisos que decían: Problemas de salud; Andá a ver al Padre Antonio. Se sintió más tranquila. Tal vez por saberse cerca del destino. Tal vez por ver su nombre y sentir que se convertía en algo más real. Quién sabe.
Una amiga de la infancia, suya y del padre Antonio, le había dicho unos días antes:
-No seas tonta, ¿qué podés perder? Andá a verlo.
Y aquí estaba, en el Sarmiento, camino a la parroquia donde encontraría a su antiguo amigo. ¿Qué le contaría? ¿La verdad? ¿Cuál verdad? ¿Acaso no vamos todos a morir algún día? ¿Seis meses? ¿Un año? ¿Qué más da? ¿Cuánta gente hoy sana va a morir antes que ella, que tiene en el cajón de arriba de la cómoda una sentencia de muerte?
En el asiento de enfrente había una parejita de unos quince años. Quince años cada uno, pensó. Entre los dos, sumados, vivieron menos que yo. En realidad, ella había vivido casi el doble que eso. Le encantaba seguir con el rabillo del ojo y con los tímpanos medio dormidos la charla de los chicos, plagada de malas palabras cariñosas, como es común a esa edad. El pibe le dijo algo al oído a la noviecita, a lo que la chica le contestó: -Salí, zapato -a la vez que lo alejaba con un empujón que terminó en risotadas de los dos. 

Ella se encontró riéndose también a carcajadas en silencio, como si tuviera la boca justo a la salida de los pulmones, y nadie pudiera verla ni escucharla.
Se bajó en Moreno, y se sintió un poco asustada. Sería fácil adjudicárselo al ambiente áspero del conurbano. Pero no podría saberse si era eso o la expectativa por encontrarse con Antonio. ¿Cómo estaría? ¿Se acordaría de ella?
Sacó el papelito con la dirección y se lo quedó en la mano. Más o menos se fue ubicando y luego de unos veinte minutos llegó a la parroquia.
Pidió hablar con el padre Antonio, y le dijeron que pasara a un patio. 

Allí había una fila con unas pocas personas esperando, sentadas en bancos largos apoyados contra una pared. Cuando llegó su turno, la asistente del Padre la hizo pasar y le hizo ademán de que se sentara delante del escritorio de él, quien se mantenía con la cabeza gacha, con la mirada perdida sobre las hojas de un cuaderno abierto sobre el escritorio. Como en un mecanismo de relojería, cuando la asistente se retiró y se sintió el ruido de cierre del picaporte, el padre Antonio levantó la cabeza y miró a Mariana a la cara. Pasaron varios segundos. La mirada de él parecía estar desprovista de todo sentimiento, aunque hubiera una serenidad y una dulzura tácitas, implícitas en sus facciones.
De repente, su semblante cambió. Sus ojos tomaron brillo. Se levantó y rodeó el escritorio para alcanzar a su amiga. Le extendió las manos para que ella las tomara y se levantase de la silla, y luego la abrazó.
Así quedaron un rato, sin hablar. Ella luego se sentó y él se puso en cuclillas para no soltarle las manos.
Después de las primeras palabras intercambiadas, él preguntó frontalmente: -¿Qué te trae por acá?
Y ella no tuvo dudas en contestar: -Nada en particular. Sólo que vine a Moreno a visitar a unos conocidos y me quise hacer un tiempo para verte.
No le pesó mentir. Él le besó las manos y se puso de pie.
Mariana también se paró y le dijo: -Te están esperando. No quiero demorarte. Gracias.
Y con la congoja instalada en la garganta se dio media vuelta para dirigirse a la puerta de salida. Antes de que la abriera, el padre Antonio le preguntó: -¿Qué creés que debe ser lo peor de la muerte? Ella lo pensó un poco, y casi para sus adentros, dejó saber: -Que suceda, y que tengas la sensación de que de la vida no entendiste nada.
-Y, cuando ocurra, ¿sería ése tu caso? -repreguntó el Padre.
Ella miró hacia afuera, y al cabo de un segundo contestó segura: -No.
Y salió al patio, y luego a la calle, sabiendo que no era la misma que antes de entrar.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Un minuto de silencio por Cynthia Grinfeld

Hay una ciudad que está dividida por un muro fino y sutil.
De un lado viven hombres y mujeres que son como son y hacen lo que quieren.
Son honestos en extremo y también ingobernables.
Las mujeres caminan con la cabeza cubierta. Todas usan pañuelos en la cabeza. Algunos son multicolores tejidos a crochet, otros son de seda a líneas. Por ahí alguno liso, o alguno blanco, pero todas llevan cubierta su testa.
Hay una casa grande que tiene una piscina. Es rectangular y no es profunda. Allí los hombres guardan sus billetes. Aunque la pileta esté llena de agua, con un fondo monetario, es allí donde se bañan.
En ese mismo lado, hay una fiesta de disfraces, en donde un médico se tiene que poner una bata, pero es para bailar. Se sabe que es bueno y cariñoso.
Hoy, es el rey de ese lugar. Y en medio de tanta honestidad hay también una traición. Limpia, desnuda y punzante. Una traición masculina. Un auténtico placer en la venganza de un me amás ilusionado, con un no penetrante que cala hondo en la hendidura del tiempo.
Mientras, se dibujan dos muecas. Una de placer maldito y otra de dolor desconcertado.
Del otro lado vive gente diferente. Gente menos honesta, y que corre todo el día. Que a veces no duerme ni de noche, ni de día, pero que tiene esperanzas.
Vive gente que discute y que se ríe. Vive gente que se muere. Del otro lado raras veces ocurre lo mismo. De un lado todo es posible y del otro se imponen condiciones. En un minuto de silencio, una mente ha soñado y despertado.
Se ha visto a sí misma y se ha escuchado. Se ha herido y se ha sobrepuesto.
Son las siete y cuarenta y uno de la mañana, piensa. Escribo un par de cosas más, me hago un té y salgo para el gimnasio. El día recién comienza. En el fondo, música y el ruido de los camiones que zamarrean la calle.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Cuando escucho por Gustavo Bedrossian

En el minuto, de esos tantos, en el cual permanezco callado, escuchando a quien escucho, cambia mil veces el paisaje, mil veces la atmósfera, mil veces el rostro del hablante…
En esa escucha mía, a la cual hoy amo -y no siempre fue así-, encuentro parte de la esencia de mi esencia.

Tal vez, agregaría: hoy me importa bastante menos cómo es vista. Dejé de sufrir porque la interpreten como timidez, frialdad, indiferencia, estupidez.

Escucho, y trato de enamorarme efímeramente de ese cabello rubio, de ese timbre sonoro, del marrón clarito de esos iris vivaces.

O, escucho, y trato de admirar ese tono enérgico, esa actitud inesperada, esa historia a la cual juego a creer.

Escucho, y me pierdo -a veces- palabras, cambiando contenidos por impresiones. Quedándome con sensaciones donde hubieran habido sólo palabras operando como semillas en una tierra estéril.
Escucho, y navego. Escucho, y divago. Escucho, y fantaseo.

Escucho desde el mejor lugar posible. Dedico mi escucha. La cuido. La ofrezco con amor.

Mientras tanto, cambio una nariz aguileña por unas cejas armoniosas. Un pelo desprolijo, por una mirada brillante. Una palabra hiriente, por una hermosa voz ronca.

Y escucho. Y escuchar es como amar. No especules con escuchar para ser escuchado.
Escuchá (y amá) si querés. Y si no, vos te lo perdés.

jueves, 21 de octubre de 2010

Animate por Daiana Olivarez

El hombre  no por naturaleza tiene puede y debe enriquecerse através de libros.Si bien la pobreza y la falta de educación son un malestar-molestar para la vida, no dejemos que la pobreza sea un impedimento para nutrirnos y llenarnos de educación. Sobre todo, no seamos miserables espiritualmente.

Estas riquezas de libros y lugares existen. Hay un donde y un cuándo en que se nos permite acceder a bibliotecas, donde no sólo son pedazos de papel, son recuerdos,  testimonios, son mundos de grandes escritores y filósofos.
Son, porque siguen siendo, pues han trascendido. Seres humanos que nos han dejado parte de ellos para que nosotros podamos penetrarlos y tomar algo de sus conocimientos y teorías.

Animate a leer, no es pérdida de tiempo, al contrario. En algún momento de la vida, aquello que leíste te servirá para fundamentar algún comentario u opinión.
En cuanto menos te lo esperes podrás poner tu teoría en práctica.

viernes, 15 de octubre de 2010

MANOS por Marcela Arnaldi

Porque desde que nacemos ... nos levantan en dos manos hacia el mundo...desnudos, gritando , llorando, sintiendo el calor de esas manos, las manos que tanto hacen , marcan sienten..Las manos de mi vida.
Y puedo repetir cien veces la palabra manos.
No me canso. Me gusta como suena. Mano mano mano, me suena a hermano, y me hace recordar.
Las manos que apuntan, y se aman cuando marcan un camino que parece perderse en la nada...pero es real y cierto.
Las manos que meten dedo en la llaga...y sangra y marca y devuelve pasados vividos.
Manos que se sienten de soporte en la espalda, sabiendo que hay detrás nuestro un alma que puede cobijarte.
Manos que rompen, estrujan se cierran...creando heridas y creando pan dulce...es la misma acción, sólo son manos que se extienden desde diferentes almas.
Me quedo pensando...manos que se extienden desde un alma...alas?
Me imagino angeles sin alas, con manos...o dedos en las alas...que hacen deshacen, bendicen maldicen,
manos que marcan...y tu voz del otro lado me hizo sonreír.
Manos que alejan..se repite el juego según el alma...alejan de un precipicio o de un corazón...
Caricias que juegan con el índice entre unos pies gordos de doce centímetros, y hacen mover esas manitas gordas llenas de hoyuelos, esas manitas se ríen.
Manos que marcan.
Manos con arrugas y olor a pan.
Manos con asperezas y que son mas suaves que el terciopelo; manos de viejo... manos de amor.
Manos pegajosas, llenas de chicle y tierra que se siente en la pierna y tan pequeña se funde en mi mano
Mano de odio que tiene olor a alcohol, mano que se corta con vidrio y corta mano que ya no es mano ya no sos.
Apuntan, te toman, te tocan, te empujan, te detienen, te levantan, elevan, pueden hacerte explotar de pasión, y explotar de dolor y hacen explotar burbujas de aire en una bolsa.
Manos inteligentes, manos ágiles, manos tontas.
Manos que escriben...que tapan tu boca, que agarran tu pelo, que rascan la frente que hablan por vos.
Manos que gritan hablan, manos que apagan el interruptor.
Manos que aplauden, que entonan, que bailan, que vuelan en unos brazos imitando un avión, y pasan los años y toman un rostro sosteniendo una noticia...
Mano que te calla mano que te magnifica...
Sólo se que recuerdo tu mano, agarrándome fuerte y no dejándome ir.
Y recuerdo tu mano, con olor a miel acariciando mis ojos con llanto.
Y también recuerdo tus manos, con tus uñas perfectas pintadas.
Y la tuya que sonaba muy fuerte, estaba gorda de tanto golpearse, estaba tonta tu mano.
Pero la que mas me gusta, no es un recuerdo...
La que mas me gusta hizo que todavía resuene en mis oídos, la melodía de claro de luna...que canto para mi.
La que más me gusta agarra fuerte y decidida.
Suave y constante.
Qué bueno que tenés dos manos...me gusta el color de tus alas.

Yo

martes, 5 de octubre de 2010

Expectantes por Gustavo Bedrossian

¿Se puede ser parido más de una vez?
En tiempos en que te hacen parir a balazos, ninguna pregunta parecería insólita. Ni siquiera ésta.
La respuesta es: sí, se puede.
Treinta y tres hombres esperan volver a ser paridos.
Esta vez, por la Madre Tierra, que en un parto múltiple, seguido por cámaras de televisión de todo el mundo, volverán a ver la luz cualquier día de primavera. A lo sumo de verano.
A la Madre Tierra parece no haberle gustado nada que revolvieran sus entrañas. Y se tomó venganza.
Ahora, indulgente, parece haberlos perdonado, y les daría -cabe pensar- una segunda oportunidad.
Esta vez hay más esperanzas. No como la vez anterior, hace sólo unos meses. Que se enojó sin que sepamos por qué. ¿O sabemos? 

sábado, 4 de septiembre de 2010

Realidades por Gustavo Bedrossian

Si observo la realidad desde mi micromundo, necesariamente voy a ver lo que yo tengo, lo que a mí me pasa, lo que yo soy. Necesariamente, seré parcial. Veré la vida a través de un cristal de dudosa transparencia. Sin estar nunca del todo seguro de si la realidad que veo no me gusta sólo por una distorsión de mis sentidos.
Desde mi cama de hospital, veré la vida como algo que acontece afuera, en un mundo del que fui excluido.
Mirando el azul intenso del mar, acariciado por la brisa templada y suave del Mediterráneo, sentiré -por el contrario- que la vida está siendo generosa conmigo.
Incluso saboreando un simple café, sentado a una mesa en la vereda de cualquier calle de alguna ciudad que me guste, sentiré que -serenamente, y sin estridencias- estoy formando parte de la dulce comedia que me parecerá la existencia. Aunque lo haga como un actor secundario, casi como un extra. Sentiré igual que estoy en la trama de la vida.
Así funcionamos las personas. De carne y hueso, nunca lo olvidemos. Pero también de mente y alma.

¿Qué sucede cuando en el afuera LA realidad es muy distinta de NUESTRA realidad?

Aflora la idea de injusticia casi siempre que sentimos que estamos en desventaja. Injusticia que nos remite a culpar a la vida, a los gobernantes, o incluso a Dios. Sentimientos equívocos que podrían ser tolerados, justificados, y hasta perdonados, si pudiéramos hacer el ejercicio mental de comprender que nacen de un ser que sufre.

¿Y qué pasa cuando la desventaja está afuera? ¿Cuando sabemos que otros padecen, que otros carecen, que otros apenas sobreviven? En algún momento de nuestras vidas, tomamos conciencia de que no todo el mundo tiene primavera, tal como lo dijo bellamente un poeta que asoma en mi memoria. Cierto es que a algunos esto les sucede a los pocos minutos de nacer, y a otros no les sucede nunca.

Pero tomando distancia de estos extremos, ¿qué nos pasa a los simples mortales, a la “buena gente”, cuando hacemos conciente la existencia del dolor ajeno? Se nos instala una suerte de miopía mental, que desmienta la sensación de finitud, de fugacidad, de precariedad de todo. Si la desgracia golpea cerca, acusamos su presencia. Pero sólo si golpea cerca. No obstante, aunque no la veamos, sabemos que existe. Intuimos sus formas, oímos sus ecos, percibimos sus olores.

Y, a veces, sólo a veces, y espasmódicamente, nos deshacemos de esa miopía, y vamos más allá. Y lo que vemos nos desarma. Nos abofetea. En ocasiones, nos destruye. A veces, es un camino sin retorno. ¿Y qué podemos hacer? ¿Patalear y gritar, como niños: devuélvanme mi miopía? No. Una vez que vimos, ya no alcanza con no mirar. Si nuestras vísceras se enteraron, ya no necesitamos ojos.

En ese contexto, ¿podemos ser felices? En todo caso: ¿completamente felices? ¿Qué lugar digno podemos ocupar los que no somos ni Gandhi ni sor Teresa? ¿Ni Einstein ni Madame Curie? ¿Serviría de algo resignar nuestra cuota de felicidad? No nos engañemos. La cultura de la culpa, del sacrificio, de la renuncia es, por sí sola, un camino estéril. Sería pura cáscara, alimento tranquilizador. Si tanto nos duele el dolor, hagamos algo. Todo lo demás, es un engaño. ¿De qué sirve negarnos el placer, las ganas de reír, las ganas de vivir? ¿A dónde van a parar las sonrisas que no se dibujan en nuestro rostro? ¿Las que no provocamos en el otro? ¿Las caricias que no damos ni recibimos? ¿El placer que no experimentamos? ¿A quién le sirven? Creo que a nadie. La verdadera felicidad de uno, la genuina, la legítima, nunca existe a expensas de la felicidad de otros. Cuando sucede así, no puede ser calificada como felicidad.

Aceptémonos como humanos. Trabajemos por crearnos un microcosmos agradable y feliz. Hecho de la ternura y la tibieza cotidianas. Aceptemos la pequeña dosis de negación que necesitamos -como seres débiles que somos- para poder seguir adelante sin que nos fagocite el nihilismo. Y, en todo caso, encausemos nuestra sensibilidad, nuestra responsabilidad, en definitiva, nuestro amor, por vías útiles, concretas.

Desde ese lugar, tratemos de abarcar al que sufre, al que adolece. Al que huye, al que teme. Al que sólo conoció el odio, al que nunca conoció el amor. Al que murió luchando por una causa justa y al que claudicó sin saber por qué. Al final de cuentas, todos somos peregrinos en esta misteriosa existencia, y cualquiera de esos destinos podría ser el nuestro.


                                                                                                                

lunes, 19 de julio de 2010

El sentido de la vida, una comunión sensorial por Cynthia Grinfeld

Por encima de todo, está el sol iluminando el sentido de la vida de todos”. Eso decía el cartel que brillaba en la ruta.
Escrito en letras azul talo, con mezcla de rojos y de gris perla.
Estaba por encima del anuncio del circo nuevo que llegaría a la ciudad, el próximo mes de junio.
En el cartel se veía una carpa enorme con un banderín carmesí flameando en la punta. Por delante, un cartel que en letras azules, decía “cirque”.
Un par de hombrecitos vestidos de negro con calzas y chalecos, giraban tres pelotas en el aire.
Por detrás, una rueda muy grande que era la vuelta al mundo, contrastaba con el fondo entre lilas, celestes y rosados.
¿“La vuelta a qué mundo”? me pregunté en ese momento. Observaba el cartel casi hipnotizada. En el mismo afiche una mujer se desplazaba por el aire con un can-can de rombos rojos, azules y violetas; el pelo suelto y un vestido que imaginé de seda púrpura.
Más arriba, en el cielo del afiche, una pareja cruzaba el espacio en bicicleta, mientras en la parte inferior, un tigre idéntico a mi gato custodiaba a la gran tienda de la fantasía.
Hacía días que no dormía bien. Tenía sueños raros y me daba vueltas y vueltas en la cama levantándome con dolor de cabeza.
Sabía que la presión había subido como para sentarse en esa rueda de metal que mostraba el dibujo del cartel, y con ansiedad yo esperaba que bajase pronto.
Extrañaba mucho a mis hijos. Su prolongada ausencia y su desconexión, me dolían.
Cada día era una lucha entre el mirarme en el espejo, y el mirarme en los demás.
El primero me devolvía una expresión triste y abatida. La segunda mirada, me traía afectos, dulces perfumes de reconocimiento social, y aires de esperanza.
Pero irrevocablemente cuando regresaba a mi interior, afloraba el dolor, el sufrir y el miedo.
No era el primer revés de mi vida.
Más bien… era uno más. Pero… ¿de qué se trata el revés?
El revés es que te maten en vida, decía una voz interior. El revés es llorar cuando se podría reír.
El revés es algo que no conocemos.
No sintiéndome bien, decidí ir a visitar a alguien para que me diera otro espejo en donde mirar la vida. Fue así, que hice mi bolso y viajé. Estuve viajando por horas.
Siempre lo hago de noche, para poder descansar y cada tanto, mirar las estrellas a través de la ventanilla. Es el momento en el que trato de relajarme pensando en que voy camino a un encuentro dulce.
Soy una viajera dolorida que busca sentido a la vida.
Hace mucho que mis hijos no me ven, y no saben de mí.
Infructuosamente he tratado de hacer contacto con ellos, y el resultado es nulo.
Sentada ahora en este asiento de supuesto coche cama, cierro los ojos y trato simplemente de respirar.
Me despierta el olor de la ciudad a la que llego, y me siento recibida con cariño.
Llamo por teléfono a mi hermano, que me dice en seguida que me espera con té y galletitas.
Hago la fila para esperar un taxi, porque así como soy, no quiero perder tiempo en colectivos.
No les conté, pero me gusta mucho la música.
Mi hermano es violinista. Llego a su casa, y lo primero que encuentro es el abrazo, su sonrisa y esa caricia característica que me da en la espalda cada vez que nos vemos, acompañada de un “¿Viajaste bien?”
En mi percepción todo desfila en cámara lenta, y me parece que el trayecto hasta el séptimo piso en el ascensor, es un viaje al Aconcagua.
Abre su departamento y aparecen las dos gatas siamesas que se llaman Isis y Nut.
Lo primero que veo es su atril con una partitura de Bach, y el ventanal del balcón que muestra a las montañas detrás de otras dos torres.
En toda la habitación hay un solo cuadrito en la pared blanca. Es un regalito de su hija menor, de un día que fueron a pasear por la feria de artesanos.
Está la mesa de madera de algarrobo y su juego de ajedrez. Es curioso, pero no tiene pava, así que pone el agua a hervir en un jarrito y cambia el té, por café con leche. Tiene una estufa eléctrica que está encendida.
Él también se divorció hace poco. Sé que pasa las suyas. Se sienta, se cruza de piernas, y con su sonrisa particular me dice, “tengo algo nuevo que mostrarte”.
Se dirige a un ropero que en la puerta luce el dibujo de una orquesta sinfónica, realizado por la menor de sus hijas.
Vuelve con un duende en la mano. Es un duende violinista. Y me pregunta: “Sabés con qué lo hice” ?
--Con masilla, respondo.
--El arco está hecho con una ramita curva, para que sea barroco; me dice lleno de orgullo.
No puedo dejar de ver la expresión del muñequito. En ese momento, sus ojitos son mi espejo.
Mientras tanto mi hermano, trae las tazas de café con leche en polvo como dice él, porque Nut e Isis le abren la heladera que tiene una faja elástica color negro que sería la envidia de cualquier vedette.
La tarde transcurre entre música y hallazgos en porcelana fría de a donde sale otro duende que es un corista, porque es un duende que canta.
Sus hijas han pasado a saludarlo. En un momento, estamos los cuatro jugando un tutti fruti.
Las horas pasan rápido y en paz. Puedo saborearlas.
Volviendo en el micro, vuelvo a ver en la ruta ese cartel.
El anuncio del circo. “Por encima de todo, está el sol iluminando el sentido de la vida de todos”.
Y allí me doy cuenta, mientras me emociono, que el sentido de mi vida es vivir, amar, ser amado, errar y perdonar…perdonarse y amarse, agradecer el aire que se respira, tolerar el dolor y recordar a los que amamos con sus sonrisas, y con la nuestra.
Amar la vida, y escribir cuentos con mi gato a upa, mientras los hipotensores hacen su trabajo.
El sentido de mi vida es poder ser y aceptarme amorosamente.
Tengo dos boletos para ese circo en mi bolsillo. Uno es para mí, el otro es para mi gato. La vuelta al mundo vuelve a girar, y lo que estaba arriba, baja, y lo que aparece lejos, con el tiempo se acercará. Esperanza. Miro para arriba y por encima de todo, y allá está el sol.
El sol iluminando el sentido de la vida de todos.
Como es arriba, es abajo. Como es adentro, es afuera.

Cynthia Grinfeld

viernes, 14 de mayo de 2010

Historia Simple por Gustavo Bedrossian

Carla

Capítulo 1: Mario y Carla

Las changas como peón de obras empezaron cuando llegó a Buenos Aires. No era muy hábil que digamos, pero suplía la impericia con bastante de sagacidad. Y fue aprendiendo el oficio. Y remontó vuelo por su cuenta. Un amigo lo recomendó como encargado al consorcio de un edificio. Y lo aceptaron.
Fue allí -donde además tenía una vivienda- que conoció a la Señora Carla, del 4° A.
Lo que más bronca le daba de ella, es que pasaba a su lado sin siquiera mirarlo. Él no podía darse cuenta de que, por muchas razones, en realidad no lo veía. Pasaban las semanas, y los meses, y más rabia le daba la actitud indiferente de ella. Y cuanto más rabia sentía, más le gustaba esa mujer.
Si te agarro –pensaba- ¿sabés como te doy?
Las vueltas de la vida provocaron que un miércoles sonara el timbre a las 11 de la noche, cuando acababa de comenzar el segundo tiempo de Boca-Independiente. Puteando, se levantó de la silla para abrir la puerta y no hace falta ser mentalista para adivinar que era ella, la Señora Carla. Agregamos en shorcito y musculosa. La mina hablaba, y él trataba de enfocar la mirada en algún lugar a mitad de camino entre sus ojos y sus pechos; si era posible, más cerca de los segundos. Cosa que no le era nada fácil. Alcanzó a entender que - al borde de las lágrimas- la Señora le decía que se le estaba inundando el departamento.
Él se calzó las ojotas, y juntos subieron por el ascensor a la casa de ella. Se dio cuenta de que nunca había estado tan cerca de la Señora Carla. Los dos miraban hacia el piso, pero él trataba de abarcar cuanto podía con el rabillo del ojo.
Salieron del ascensor y entraron en el 4º A. Saltearemos a propósito las descripciones técnicas. Baste decir que logró controlar el problema. No obstante, no estaba definitivamente solucionado, ni mucho menos. Le propuso que al día siguiente, temprano, iría a comprar los materiales necesarios y volvería a terminar la reparación.
Prácticamente, no pudo dormir en toda la noche. No se podía sacar de la cabeza a la Señora Carla. Sólo logró caer en un sopor parecido al sueño media hora antes de que sonara el despertador.
Lo más rápido que pudo, fue hasta el negocio y volvió con los materiales. Y se mandó para el 4° A, donde lo recibió, cordial y amable, la Señora Carla.
Empezó a trabajar en la cocina y menos de cinco minutos después, ella le ofreció un cafecito. Al recibir la taza, él tuvo la sensación de que la Señora se detuvo más de lo esperable en el contacto con su mano. Tomó el café y volvió al trabajo, que pasó a requerir que se agachase y metiese la cabeza dentro del bajo-mesada, por debajo de la pileta. Tratando de aflojar una tuerca, se le zafó la llave, que dio contra el costado de la bacha, haciendo que ésta se despegara de la mesada y lo golpeara en la cabeza. La puteada que había empezado a proferir derivó en un grito de dolor. Trató de salir e incorporarse pero, atontado como estaba, volvió a golpearse.
Su bronca y su vergüenza iban en ascenso cuando escuchó: Pobrecito, ¿dónde se golpeó? A ver, venga, déjeme ver. Pero mire el chichón que se ha hecho.
La Señora Carla, al instante, produjo un par de cubitos y se los estaba apoyando sobre el incipiente moretón en la frente. Fue entonces que él le zampó un beso. La Señora no se resistió, pero él, al separar su boca de la de ella, no se animó a abrir los ojos, esperando el tortazo y los alaridos de la señora Carla. Pero no. Notó que ella le estaba sacando frenéticamente la camisa y.... Saltearemos a propósito las descripciones técnicas. Baste decir que todo ocurrió en el piso de la cocina. Que la Señora Carla fue muy tierna. Y que desde ese día, algunas veces lo saluda.

La mirada de Mario


Capítulo 2: Mario y Sara

Sara entró esa noche en el departamento de Mario con el fastidio instalado en su cara. Trataba de mantenerse calma, pero le era difícil. Nunca se había encontrado en una situación así. La desconfianza, los celos, el miedo a equivocarse. Porque en el fondo era un chisme. Nunca pensó que algo así pudiera pasarle con Mario. Su inexperiencia acentuaba el malestar. Ni siquiera podía completar la dolorosa escena que se imaginaba, ya que no conocía a la tal Carla. La señora del 4to B le había hablado de un modo crudo e impreciso.
-Se lo digo para que se cuide, m’hijita. Su Mario es un buen hombre, pero hombre al fin... Y ella... Cuídelo, yo sé lo que le digo.
Así que desde el encuentro con la vecina del 4to B, Sara venía gastando horas de su día en tratar de ponerle rasgos concretos a Carla y a lo que pudiera haber pasado con Mario.
Esa noche, casi no probó bocado y apenas si intercambiaron unas pocas palabras con él. Mario también estaba parco, cosa que ella no sabía si considerar confirmatorio de que algo había pasado.
Él la acompañó hasta su casa, y ella evitó un beso de despedida en la boca.
Al día siguiente, cuando estaba en la plaza, recordó una conversación que había presenciado unos años antes en casa de su prima. Una amiga de ella le contaba que había descubierto que el novio tenía relaciones con otra mujer. Y su prima le había aconsejado qué cosas hacer para recuperar al tipo por la via de la seducción. A decir verdad, su prima tenía unas cuantas campañas hechas y si no se las sabía todas, por lo menos abarcaba un amplio espectro.
Esa noche, Sara volvió a pasar por lo de Mario. En el momento de entrar al edificio la asaltó una oleada de bronca que le subía de pies a cabeza. Acababa de ingresar al pallier y estaba a punto de tocar el timbre de Mario cuando una mujer salió llorando desesperada del ascensor. Le pidió que la ayudase a socorrer a su hija. Entraron juntas en el ascensor y bajaron en el 4to piso. Entraron en el departamento A donde, en uno de los dormitorios, sobre la cama, estaba tendida Carla, rodeada de pastillas desparramadas.
-Intento despertarla, pero no reacciona- le dijo la mujer.
Sara se esforzó por no mirar a Carla a la cara. Sólo atinó a salir de la habitación y marcar el número de Emergencias en el primer teléfono que encontró. Después, volvió al cuarto y, siempre evitando mirar a Carla, se sentó en el borde de la cama junto a su madre.
-No sé qué desear...-balbuceó la mujer. -Es mi hija, pero ya no puedo más. Yo insistí ese día en llevarme a mi nieto a casa. Y él murió a mi lado, al chocar el taxi en el que viajábamos. Al principio creí que mi calvario sería -como me pasa- recordar un millón de veces por día ese momento. Pero después... ver cómo Carla se desbarranca... Dejó a su marido. Se vino a vivir sola acá. Rechaza a sus amigos. No trabaja. Sé que se enreda con tipos...
La interrumpió el timbre del portero eléctrico.
Después de abrir la puerta del departamento para dejar entrar al médico y sus asistentes, Sara salió del 4to A, y del edificio.
Sólo quería caminar. Pensar. Fue al parque, aunque ya había anochecido. Lo que acababa de suceder le permitía conocer una posible mitad de la historia. La que tuvo que ver con Carla, y con su modo desaprensivo de atraer a Mario. Para lo que no había muchas variantes, era para la parte de él. Dolía. Dolía mucho.
Se volvió a acordar de los consejos de su prima. Pero era conciente de que ése, tal cual, no era el camino para ella.
Decidió, en cambio, volver a su casa. No a donde servía, sino a la verdadera.
-¿Qué haría Mario?- se preguntó. Intuyó que su alejamiento podría ser el inicio de un juego estratégico. En el que lo primero que debía saber era cuánto le importaba ella a él.


Capítulo 3: Un día en la vida de Sara

De vuelta en casa. Encontró a sus padres más viejos. Con la que más conversaba -como siempre- era con su madre. Sin embargo, desde su regreso, no paraba de mirar a su padre. Lo observaba todo el tiempo que podía, en silencio. Después de algunos días creyó entender que mientras había estado con Mario, había buscado en él -entre otras cosas- algo que también estuviera en su padre. A veces le había parecido encontrar algo familiar y, sin que se hubiera dado cuenta del por qué, eso la había procurado una sensación de tranquilidad. Pero muchas otras, había sentido que navegaba en aguas totalmente desconocidas, experimentando un vértigo a la vez excitante y aterrador.
Ahora que estaba en casa, la cotidianeidad la absorbía por completo, entre ayudar a su madre, darle una mano a sus hermanas con sus sobrinos, ocuparse de las compras. Por las noches, tardaba en dormirse, pensando que había pasado otro día sin que Mario la hubiese llamado. Por las mañanas, tardaba también en levantarse, aplastada por el primer pensamiento que no era otra cosa que el recuerdo de lo que la había angustiado al dormirse. Además, le costaba tomar la decisión de pasar un día más sin buscar trabajo. ¿Valdría la pena hacerlo? ¿Valdría la pena seguir ilusionándose con que Mario la buscaría?
Pasaban los días, y cada vez veía como más absurda la idea de haberse alejado. Pero también estaba segura de que cualquier otro camino hubiera sido imposible para ella. No sabía luchar por algunas cosas.
Y seguían pasando los días.


Capítulo 4: La changa en la casa de la calle Barzana

El viernes a la noche el tío de Mario lo llamó para ofrecerle una changa en una obra en la que él estaba trabajando desde hacía un tiempo, en una casona de Villa Urquiza. Sería por ese sábado y domingo. Le explicó que los peones que se habían comprometido a ir habían estado faltando por culpa de la gripe (aunque cómo saber si no habían conseguido algo mejor pago) y el trabajo se encontraba muy atrasado. Y Mario aceptó. La plata no le vendría nada mal, y por otro lado, en las últimas semanas, había tenido completamente libres sus sábados y domingos.
Su tío, era su tío, pero sólo le llevaba trece años. Por lo que muchas veces lo había sentido más bien como un hermano mayor. Desde que estaban en Buenos Aires, cada tanto -y en los momentos más inesperados-, tenía lugar entre ellos una conversación después la cual Mario no se sentía igual. Empezaban hablando de trivialidades, de boludeces nos dirían ellos, hasta que se producía el chispazo. Y ese domingo, en la casa de la calle Barzana, sucedió. En el tiempo de descanso, en el jardín, tirados bajo un árbol. El tío siempre tenía -al oír a Mario hablar de sus cosas- la sensación de estar escuchando la historia de su propia vida. Lo observaba pasar por los mismos caminos, y con los mismos sentimientos. Desde ese lugar lo aconsejó. Y ese domingo, casi a medianoche, Mario entraba en la terminal de Retiro, pensando que en unas horas más estaría golpeando la puerta de la casa de Sara.

miércoles, 12 de mayo de 2010

La piedra y el puente por Pablo Vallejo


"Hola de nuevo", le dije.

"Aquí está", tiendo la carta.

"Puedes leerla ahora, si quieres.


"Querida Bony:

Las semanas me parecieron eternas desde aquel abrazo en el puente. Recuerdo bien el sonido de las aves volando sobre nuestro celeste compartido. Y siempre me haces volver.

Los colores regresan a mi retina cuando me dejo llevar por el derecho camino que recorren los cisnes de cuello negro hasta aquí. Si vieras como está el puente, Bony...nuestra esencia sigue allí, y los cisnes continúan nadando.

La próxima semana me tendrás aquí por esa ración de mi mismo que me sueles dar.


Te extraño,

Tu yo.

Me levanto y retorno al auto a continuar con mi vida, lejos de la que fue, una vez, mi compañera de viaje.


"La Piedra y el Puente".