
NOS ATRAVIESA UNA VOZ
Nos atraviesa una voz, un eco que retumba desde un lugar en donde no se sospecha la
belleza.
Estamos unidos en esta tarde bajo el mismo sol, donde la sombra y el fantasma de
nuestra respiración, se confunde con el aire, con la brisa.
El color nos ha dejado por un momento, y el gris del empedrado, nos sostiene en el
otoño, mientras agonizan los planos del planeta.
Un agujero sobre nuestras cabezas, sin aire sin oxígeno y sin nada, sin ozono ni amor.
Y aquí los tres reunidos, por un desacuerdo del destino.
belleza.
Estamos unidos en esta tarde bajo el mismo sol, donde la sombra y el fantasma de
nuestra respiración, se confunde con el aire, con la brisa.
El color nos ha dejado por un momento, y el gris del empedrado, nos sostiene en el
otoño, mientras agonizan los planos del planeta.
Un agujero sobre nuestras cabezas, sin aire sin oxígeno y sin nada, sin ozono ni amor.
Y aquí los tres reunidos, por un desacuerdo del destino.
Estoy parado desde temprano en la mañana. Primero me envolvió la niebla, y el aliento
en el espejo era el reflejo perdido que me consolaba en el desamparo de la esquina.
La cita fallida, y esa no aparición de la criatura soñada. Deseada.
El cielo estaba gris más temprano, y el verde entre los baldosones, se disfrazaba de
musgo, como si un mar de letras borrosas, quisiera dibujar un paisaje de mensajes.
Me quedé todo el tiempo, buscando en el horizonte una huella que me indicara que
estabas en camino.
Traté de olerte y adivinar tu perfume, pero el vacío de presencia, me asfixiaba la
angustia, envuelta en mi pañuelo rojo.
Pensaba en todo lo que te abrazaría, lo que te diría con los besos, y en las mudas
palabras que nunca iba a pronunciar.
Pensaba en las ondas de tu pelo, y en los meses que están pasando.
Son tantas y tantas las formas de medir el tiempo….
Cada minuto que pasó, fue la muerte de una esperanza, fue ver el verde derretido,
cayendo mercurialmente, con cada palpitar en mis sienes.
No me pregunto tantas cosas como antes. La evidencia es clara, como una orquídea que
se retuerce de vergüenza.
Hace frío…mi sobretodo de lana marrón, parece que llorara en la tarde. Los bolsillos, se
han convertido en cofres, en donde guardo algunas fotos, mis manos, y todas las caricias
de adolescencia que se van otra vez como gaviotas.
Esta vereda se hace playa y mi sombra un proyecto de ideal existencia que conversa con
los perros.
Son las dos de la tarde y no me explico, cómo y desde cuando el cielo se ha puesto
celeste, el sol nos cubre desde lo alto atemperando al frío y cortejando con sus luces a
los pálidos recuerdos de la ilusión que tuve de verte.
Yo estoy cada vez más lejos, pero te puedo ver con la vista nublada de mi alma que te
extraña.
Estoy cada vez más viejo, pero todavía sonrío. Me conmueve el concierto que tocaba mi abuelo. El de Max Bruch. Si por un momento yo hubiese podido adivinar tu pena,
hubiese tratado de ser más compasivo.
Los perros me miran, siento que me dicen que no todo está perdido.
Que los días pasan como las estaciones, y entonces… en algún momento voy a volver a
sentir el calor de primavera.
Más atrás la reja blanca, pretende contener mi sombría figura. Inútil. Yo soy libre.
Libre de seguir esperándote, de buscarte en los rostros de la gente que me cruza,
libre de extrañarte y de no comprender.
El cielo estaba gris más temprano, y el verde entre los baldosones, se disfrazaba de
musgo, como si un mar de letras borrosas, quisiera dibujar un paisaje de mensajes.
Me quedé todo el tiempo, buscando en el horizonte una huella que me indicara que
estabas en camino.
Traté de olerte y adivinar tu perfume, pero el vacío de presencia, me asfixiaba la
angustia, envuelta en mi pañuelo rojo.
Pensaba en todo lo que te abrazaría, lo que te diría con los besos, y en las mudas
palabras que nunca iba a pronunciar.
Pensaba en las ondas de tu pelo, y en los meses que están pasando.
Son tantas y tantas las formas de medir el tiempo….
Cada minuto que pasó, fue la muerte de una esperanza, fue ver el verde derretido,
cayendo mercurialmente, con cada palpitar en mis sienes.
No me pregunto tantas cosas como antes. La evidencia es clara, como una orquídea que
se retuerce de vergüenza.
Hace frío…mi sobretodo de lana marrón, parece que llorara en la tarde. Los bolsillos, se
han convertido en cofres, en donde guardo algunas fotos, mis manos, y todas las caricias
de adolescencia que se van otra vez como gaviotas.
Esta vereda se hace playa y mi sombra un proyecto de ideal existencia que conversa con
los perros.
Son las dos de la tarde y no me explico, cómo y desde cuando el cielo se ha puesto
celeste, el sol nos cubre desde lo alto atemperando al frío y cortejando con sus luces a
los pálidos recuerdos de la ilusión que tuve de verte.
Yo estoy cada vez más lejos, pero te puedo ver con la vista nublada de mi alma que te
extraña.
Estoy cada vez más viejo, pero todavía sonrío. Me conmueve el concierto que tocaba mi abuelo. El de Max Bruch. Si por un momento yo hubiese podido adivinar tu pena,
hubiese tratado de ser más compasivo.
Los perros me miran, siento que me dicen que no todo está perdido.
Que los días pasan como las estaciones, y entonces… en algún momento voy a volver a
sentir el calor de primavera.
Más atrás la reja blanca, pretende contener mi sombría figura. Inútil. Yo soy libre.
Libre de seguir esperándote, de buscarte en los rostros de la gente que me cruza,
libre de extrañarte y de no comprender.
Tengo la libertad de elegir un perdón que se abrace con los rezos. Y a pesar de todo… tengo un sabor dulce que como gotas de rocío, me otorga la esperanza de pensar que me querés, aunque no nos veamos y no renuncio a la idea de saber que más allá del terrenal desencuentro, nos amamos.
FIN
FIN
Cynthia Grinfeld